16/2/12

Los cereales bailan


Cuando la luz del amanecer ilumina la mesa de desayuno los cereales salen de su bolsa. Pizpiretos, en pequeños saltos, montando un barullo tal que despiertan a toda la cocina. A las tostadas que se desperezan con elasticidad, para recibir los primeros rayos de sol, bien embadurnadas por la mantequilla que discute con la mermelada por un trozo de superficie. La leche, abrazada por la taza, busca el tiovivo del microondas y quiere, por lo menos, dos viajes, echa las fichas y se enfurruña como un niño pequeño cuando oye el clink con el que acaba cada ronda. El horno calienta el ambiente y el zumo, delicado como un suspiro, se esconde en la parte más fresca de la nevera, refugiándose de la luz, el calor, el bullicio porque dice que el alma se le escapa. Nadie le ha dicho que los zumos no tienen alma. Al café todo esto le pone negro, se enfada e inunda la casa con aromas tostados

Los oigo desde la cama, mientras me despierto poco a poco, bizqueando los ojos con la luz que se cuela por la ventana. Me pongo mis calcetines más gordos, me lavo la cara y me uno a la fiesta. No hay nada que me haga más feliz. Cuando el amanecer ya ilumina mesa de desayuno.

8/2/12

La paella perfecta

¿No os ha pasado nunca? Esa sensación de que, no importa lo que el resto diga, el resultado no es tan bueno como te gustaría. Como si alargaras la mano, te pusieras de puntillas, saltaras un poco, y todavía así, no llegaras a rozarlo. Pues esa sensación tengo yo cuando hago arroz seco.

Me levanto bien temprano sin apenas dormir y sigo los pasos que han escrito los mejores maestros como si bailara un ballet ¿El caldo? Ah sí, horas de cocción lenta con ingredientes selectos, los huesos son de las gallinas con los mejores pedigrís, la verdura fresca, rebosante de olor, sabor y textura firme. Ajos de Las Pedroñeras, cebollas dulces como caramelos, ñoras rojas con carne tan roja que parece sangre coagulada pegada a su piel. No hay duda de que el caldo, que desgraso con el mimo de quien limpia a un bebé, es fuerte y sabroso.

Mientras el sofrito cruje bailando su danza loca sobre el aceite, desparramo el arroz sobre la paella, inundándolo de caldo hirviendo. Vivo esos diecisiete minutos y veinte segundos con tensión, vigilo cada grano. Tengo la sensación de que si no los miro con intensidad no se cocerán bien. El resultado es penoso, para qué nos vamos a engañar. Siempre hay un grano que está menos cocido, otros menos sabrosos, algunos incluso se pegan y han perdido algo de almidón. Maldita sea, hay incluso zonas de la paella donde no se forma socarrat y el caldo no tiene el PH que quiero.

Una cosa os digo, como estoy siga así, voy a acabar obsesionándome.

4/2/12

Fado de bacalao y almejas

Vi a Dulce Pontes flotando sobre el Tajo. En una Expo, hace tantos años que el sabor del bacalao de aquellos días se ha difuminado. Las superbocks y el tiempo tienen la culpa. Lisboa se ha apagado, las noches son más atlánticas y tristes que nunca y los portugueses, acostumbrados a agachar la cerviz, ya rozan el suelo con la frente.

Dulce sigue cantando Chorona. Es una reina. Le cambiamos el agua a unas judías cocidas de Monjardín tras veinte minutos de un fuego que no llega a romper. Añadimos dos segundos de vino blanco, las cocochas de bacalao y unas almejas atlánticas, seguramente también tristes. Dejamos cocer cinco minutos, meneando con alegría, como si nada hubiera pasado. Añadimos un poco de perejil y cilantro picado.

Bebiendo sí, un Dorado del 2005, al calor de un fado que ahoga. Parece inacabable.