tag:blogger.com,1999:blog-16713154082774487862024-02-19T07:45:06.802+01:00Los saboresSabores, olores, experiencias. De lo nuevo y de lo de siempre.Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.comBlogger191125tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-90073914185713764952022-10-07T11:28:00.029+02:002022-10-26T10:43:25.151+02:00Las segundas veces<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" original_font_attr="-1" original_line_height_attr="">Spotify es insondable, una masa descomunal, tanto que agobia siquiera pensar en abordarla. Este verano decidí, con muchísima pereza, volver a intentarlo; elegir entre, literalmente, todo. Durante largos paseos al amanecer fui
construyendo nuevas listas, volcando toda la música que recordaba. Lo justo como para escuchar y olvidar todo tanto tiempo como fuera posible. Todo. La mente en blanco.</span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" original_font_attr="-1" original_line_height_attr="">Llegué a aburrirme de mi selección -tiendo a hartarme de mí mismo-, así que me dejé recomendar por su inteligencia artificial. El algoritmo empezó con timidez, al principio tomó la decisión basándose en los cantantes que aparecían en mis listas. Luego
se lanzó un poco más, misma época, mismo estilo, versiones, Finalmente se volvió loco y empezó a buscar patrones musicales, matemáticas al fin y al cabo. Qué se yo, si yo ponía Nyman él me decía que Schubert o Bach, donde metía a los Kinks él se venía a
los grupos ingleses de los años 90.</span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" original_font_attr="-1" original_line_height_attr="">Casi nada funcionaba, yo descartaba a velocidad de vértigo. Swish, swish, siguiente, siguiente. De vez en cuando, muy poquitas veces, acertaba. Al principio pensé que era fuerza bruta, algo así como un ejercicio de
volumen; tú sabes lo que te gusta, yo lo tengo todo y algo te valdrá. Sin embargo, empezó a suceder más a menudo y, sobre todo, empezó a suceder mejor. No sólo encontraba canciones que me gustaban, es que me gustaban mucho. Una versión emocionante de los Cowboy Junkies
de Elvis –pero si no yo no había escuchado en la vida ni a unos ni al otro- o un tango moderno maravilloso de Rodrigo Leao que jamás hubiera encontrado por mí mismo.</span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" original_font_attr="-1" original_line_height_attr="">Si todo esto ya era bueno, sucedió algo todavía mejor: me propuso una canción que había olvidado completamente. Una maravilla que llevaba treinta años sin escuchar. Fue emocionante volver, ha pasado un glaciar pero no ha
pasado ni un minuto; como si volviera allí, donde casi todo sucedió por primera vez. Las primeras veces son maravillosas, pero lo que más se les parece son las segundas veces, especialmente cuando pasa demasiado tiempo. Así que Natalie Merchant me cantó, con su voz de casi niña Noah’s dove, como si ella y yo volviéramos a tener veintitantos años, como si todo estuviera casi nuevo. Otra vez por escribir.</span></p>Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-31707779298061916442019-11-18T14:59:00.001+01:002019-11-18T14:59:46.387+01:00Volver a casa
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEilVvUYpluX4qv0k8ueUzRIIk35jtn6tcS6ZVEcRSnROJW4pjNOSn_sbks3hOxiB1AxJSqLjC8bF0PeVbAtMx4F2jQcTWL3mn97fP5ERCV__FnPwMsxCUYu1unTkw1V-ycCv3ZW4kLJKW0/s1600/Casa.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEilVvUYpluX4qv0k8ueUzRIIk35jtn6tcS6ZVEcRSnROJW4pjNOSn_sbks3hOxiB1AxJSqLjC8bF0PeVbAtMx4F2jQcTWL3mn97fP5ERCV__FnPwMsxCUYu1unTkw1V-ycCv3ZW4kLJKW0/s320/Casa.jpg" width="320" height="178" data-original-width="965" data-original-height="536"></a></div>
<p dir="ltr">Hace unos días intenté recordar las direcciones de todas las casas donde he vivido. Llegué lejos, pero se me resistió una: la primera. Parecía sencillo, está en un pueblo pequeño con apenas un centenar de calles. Sin embargo, sobre el mapa de Google, fui incapaz de dar con ella. Asi que empecé a desplazarme dentro del pueblo con esa pequeña maravilla virtual con la que uno se puede mover de un lado a otro tal cual si estuviera allí, entre las paredes de una ciudad congelada. Busqué una referencia segura: el parque, y seguí, click tras click, paso tras paso, por las calles que se parecían a mis recuerdos. Navegué en el entorno 3D entre matrículas y gente borrosa, tanto como mi memoria. Apenas familiar y sin embargo suficiente.</p>
<p dir="ltr">Encontré lo que buscaba con dificultad, torpemente, Las distancias me parecen ahora más cortas, con cinco años llegar a la Casa de Cultura era una aventura, pero resulta estar apenas a veinte metros de mi casa. Llegué; casi no recordaba la fachada, tan modesta, y mi hijo, riéndose, sentenció que debimos ser pobres, celebrando que hayamos progresado. Por desgracia el mapa virtual se queda corto, no puedo acceder a la parcela que se encuentra a espaldas de la casita, así que probé a mirar desde una calle lateral, como quien se asoma de puntillas en una valla. Allí estaba el colegio de parvulitos y, entre éste y mi casa, la pista, la zona del recreo. En ella igual jugábamos al fútbol que hacíamos gimnasia, a veces hasta poníamos una red de tenis o de badmington. Era nuestro modesto polideportivo.</p>
<p dir="ltr">No queda nada, no queda nadie. Han demolido el colegio entero, aquellas aulas donde el calor nacía de estufas de carbón y el mobiliario se ceñia a una pizarra y una foto del rey. En su lugar hay un solar asfaltado feo y desabrido, sin árbol alguno que pueda aliviar del sol manchego a cuatro tristes bancos. Quién lo hubiera pensado, Ia realidad que era sólida e inmutable hace cuarenta años se escapa como el agua entre los dedos en apenas unas décadas, un suspiro. Como todo lo que sólo es importante para mí, desaparecerá cuando ni siquiera yo lo recuerde.</p>
<p dir="ltr">Sólo permanece la casa. Convendría que la enjalbegaran; que cambiaran las persianas, son las mismas que se abrían con dificutad entonces<u>;</u> ¿habrá niños dentro? No fui capaz de despedirme de un portazo, cerrando la aplicación sin más y me alejé siguiendo con mi paseo electrónico. Sigue en pie la cooperativa con sus enormes tanques, a su paso todavía huele al vino fermentando de septiembre, a la amapola silvestre que nacía al pie del cemento y a la piel de la naranja sobre la estufa de la clase cuando, a eso de media mañana, mi madre nos daba permiso para desayunar.</p>Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-49400702035558015622018-09-06T16:32:00.002+02:002022-07-15T18:36:50.986+02:003 de septiembre, 114 Faubourg<p dir="ltr">Viajar se ha convertido en un asunto desagradable, una pelea continua y agotadora por un asiento, un espacio para la maleta o un bocadillo. En el aeropuerto de Orly la cola de taxis es interminable y el tráfico es denso hasta llegar a la plaza de la Ópera. Encuentro Paris sucia y destartalada, aunque quién sabe, son muchos años y quizá el que haya cambiado sea yo. En los grandes bulevares se agolpan los mendigos entre restaurantes de estilo asiático, huele a especias y a mantequilla. Los deliciosos escaparates de Printemps están arrinconados. </p>
<p dir="ltr">En Le Bristol ven mi cara de cansancio y me acompañan al bar. Te acompañan, te sirven, te sonrían, te cuidan. Pido un gimlet, me dan algo de charla y sonríen, pareciera que disfrutaran con su trabajo y el contraste con el trato en el avión, donde sólo eres un trozo de carne que transportar, es brutal. Las parejas a mi lado han bebido mucho y sus reacciones son algo exageradas, no veo la realidad a través de la misma hermosa bruma que ellos, pero les entiendo. Les envidio. </p>
<p dir="ltr">Otra vez más me acompañan al bistrot del hotel –deben pensar, no sin razón, que lo normal es ir allí acompañado-, 114 Faubourg, una versión relajada del Epicure desprovista del boato y del lujo palaciego, pero llena de encanto. Alrededor de una escalera despampanante se disponen demasiado pegadas las mesas. Me han reservado una esquina, casi de frente a la barra que parece un escenario. Desde allí puedo disfrutar de la función discretamente. </p>
<p dir="ltr">Los camareros son educados y eficentes, trabajan en poco espacio, pero se desempeñan con soltura y la cocina de Cauquil, antiguo souschef de Frechon, es precisa, predeciblemente deliciosa y fina. Se abren botellas de burdeos viejo y se sirve por copas borgoña de Mugneret. Apenas encuentro fallos: una mantequilla quizá demasiado fría de aperitivo, un vino con algún grado de más, un pan que no está a la altura del resto. Acaba la cena con un milhojas relleno de crema de vainilla bourbon tan sensacional como el resto de la cena, como el recuerdo que va a quedar, como la cuenta. Un restaurante así sólo se puede explicar desde el bolsillo del cliente </p>
Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-85800680854130042132018-08-25T20:56:00.001+02:002019-06-14T18:56:41.936+02:0025 de julio, gallo negro<p dir="ltr">Vuelve la herida mojada, curada en agua con sal, ya limpia y sin pus; delicada digamos. Para secarla qué mejor que unas horas al aire de Castilla en la sobremesa del final de agosto.</p>
<p dir="ltr">Pero antes un gallo negro guisado en el hotel y restaurante EnryMary -ahora tiene otro nombre que me gusta menos. La Puebla de Sanabria es el agujero en el tiempo espacio tiempo que conecta Galicia con el universo.</p>
Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-48615345766536039702018-08-20T12:19:00.001+02:002018-09-07T09:02:25.980+02:0018 de agosto, al cabo de once años, D'Berto<p dir="ltr">En el Salnés los días radiantes retumban con estruendo. El paisaje parece cincelado por los días lluviosos, pesimista en lo metereológico. Así que este sol le sienta a la ría de Arousa como un vestido blanco, cegador sobre una piel que suele lucir el gris perla. En La Toja las vendedoras de baratijas se esconden debajo de la poca sombra que hay en el paseo de la isla. Conchas, collares y amuletos de recuerdo entre mucho "ay filliño" zalamero y un poco forzado, como lo decía Beatriz Carvajal.</p>
<p dir="ltr">La ría huele a yodo, la marea está baja y el vivero parece inmenso. Apenas a doscientos metros, como una continuación natural, está el restaurante D'Berto. En la entrada hay una pecera con crustáceos enormes, que yo creo que son más mascotas que otros cosa excepto las cigalas, que van listas de papeles. Dentro, un expositor con lo que vino de la lonja.</p>
<p dir="ltr">Berto nos dice que venimos en mal día, el miércoles y el jueves no hubo mercado. Yo creo que sufre en agosto intentando mantener los precios, porque la calidad no se negocia. De hecho, esa ha sido siempre su apuesta, lo que le define: una convicción casi fanática en el producto de la ría. Siempre el mejor, siempre accesible. Es un negocio difícil porque ahora no hay marisco, pero es que hace cinco años no había clientes que lo pagaran.</p>
<p dir="ltr">El 2018 se ha convertido en una nueva locura como fueron los primeros años del siglo, dan 90 cubiertos como podrían dar 150. Mientras mi hijo pide que le destrocen un solomillo -el gourmet se hará, en el mejor de los casos-, una pareja al lado discute el menú con la naturalidad de quién va cada día a comer allí. Que van. Las bandejas de cigalas y bogavantes vuelan en la sala y a mí me sale el asombro castellano: cuánta riqueza.</p>
<p dir="ltr">Cada año descubro algo maravilloso, que no sé si volverá a suceder. El agosto pasado unas zamburiñas que  habían filtrado toda la ría, hoy unos percebes que tienen en la uña un tacto líquido, aterciopelado y viscoso, como el del liquen en la piedra húmeda y resguardada del sol. La medida del producto.</p>
<p dir="ltr">Compré dos velas en la cerería de San Román para pedir que a la Michelin no le llegue el presupuesto o el conocimiento para llegar hasta aquí. </p>
Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-78970389035156200552018-08-19T16:09:00.001+02:002018-08-19T21:57:28.863+02:0016 agosto, el ocio en Pontevedra<p dir="ltr">Una de las cuestiones fundamentales que hay que resolver en las ciudades de provincias es qué hacer con el tiempo de ocio. En Madrid está chupado, uno lo pasa en un par de atascos y si le <u>sobra</u> visita el Prado o va a ver ópera.</p>
<p dir="ltr">En el norte de España han resuelto este problema a base de gastronomía. Siempre me fascinó el hecho de que los emigrantes gallegos de Orense, inmensamente ricos y ya mayores, volvieran en agosto a su tierra en aviones privados a comer marisco. No al alterne ni al exceso salvo que por tal se tenga echar la partida, que siempre fue una excusa para tomar licor café mientras hablas de <u>más</u> comida y de tu infancia.</p>
<p dir="ltr">Yo debí haber dirigido la sucursal del Banco de España de Pontevedra, pero llegué algo tarde. Hubiera en ese caso disfrutado de Juncal con desmesura. Un ultramarinos maravilloso, hecho para viajar entre un océano de conservas y el mejor cerdo ibérico; entre todo lo de hace falta para construir un caldo gallego excesivo, descomunal, sabroso, <u>capaz</u> de disipar brumas y de crearlas aún más profundas. De darle sentido con los mejores vinos y licores a un domingo. Y luego está ese <u>olor</u>, el de la tienda de conservas, indefinible pero que cualquiera reconoce, aquí refinado por la nobleza de la chacina.</p>
<p dir="ltr">Pero llegué tarde, y ya no me llamarán Don Carlos en las cafeterías de la Michelena. Tampoco <u>sortearé</u> el atasco de las diez en los soportales. </p>
Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-46274338768118948102018-08-04T18:04:00.001+02:002018-08-04T20:18:07.930+02:004 de agosto, La moda ideal<p dir="ltr"><u>Pontevedra</u> ha <u>sido</u> ciudad <u>de</u><br>
funcionarios, bares y tiendas <u>al</u> minorista. Las tiendas <u>est</u>án desapareciendo a ojos vista. Tocadas por la edad e internet, por las grandes superficies. Hasta por la <u>mala</u> suerte.</p>
<p dir="ltr">Fue el caso de La moda ideal que <u>hace</u> un par de años ardió. Estaba en <u>una</u> esquina <u><u>bajo</u></u> los soportales de la plaza de la Herrería, un pequeño comercio fundado a finales del XIX en un edificio precioso que vendía unas telas, un género estupendo. <u>To</u>do buen gusto, desde el nombre. <u>U</u>n símbolo hasta en la manera de consumirse.</p>
<p dir="ltr">Apenas a unos metros, partiendo de la Herrería, está la Rúa de San Román, mi calle favorita de Pontevedra. Desde la imprenta y librería Pueblo, que mantiene esa deliciosa <u>y</u> desasosegante mezcla de olores del papel de los libros y el plástico de las carteras escolares <u>nuevas</u> -el olor del primer otoño- a la extraña y a su manera hermosa farmacia de Eiras Puig, la primera botica de la ciudad, también del XIX. Una época en la que Pontevedra recibió inmigración catalana que trabajó los salazones, el bacalao <u>y</u> los licores, <u>pero</u> <u>sobre</u> todo la  sardina. <u>En</u> Bueu queda el museo Massó para dar fe.</p>
<p dir="ltr">Pero sin duda hay dos lugares donde merece la pena detenerse. El primero es la cuchillería y paragüería La Orensana, ya cerrada pero que dejó su colorista cartel -así es cómo el comercio está dejando su firma en las ciudades. Y sobre todo queda la Cerería de San Román; el olor a incienso y cera, su escaparate lleno de exvotos y símbolos <u>con</u> aroma a santería.</p>
<p dir="ltr">Ataré el final de la morcilla como la empecé, con una mercería: Apenas a unas decenas de metros, en la Plaza do Teucro, está el bar La tienda de Clara, que fue en el rodaje de Los gozos y las sombras el comercio <u>de</u> Clara Aldán, o sea de Charo López, porque me es difícil pensar en otra Aldán. Un buen bar para iniciar hoy la noche de peñas en la que centenas de adolescentes <u>va</u>n a <u>arder</u> entre el calor y el <u>alcohol</u> para celebrar que empiezan las fiestas de agosto, la Peregrina.</p>
Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-32741825691040788062018-07-30T13:02:00.003+02:002022-07-20T17:50:08.853+02:0030 de julio, a las 9 en Pontevedra<p dir="ltr">La lluvia cubre como un gasa traslúcida la iglesia de San Francisco, en la Plaza de la Herrería. Es una capa tan delgada que parece poder vencerse con un soplido. </p>
<p dir="ltr">El centro de Pontevedra es casi peatonal, silencioso. La gente anda con parsimonia. Tienen ese flow que da no intentar ganarle una décima a cada segundo que ya no sé si te lo da Madrid o lo arrastro yo. Llevan paraguas y el calzado adecuado.</p>
<p dir="ltr">Con bermudas y esparteñas, de manga corta, tengo frío y parezco gilipollas, así que me doy la vuelta. Tenía pensado descubrir la manera correcta de llegar al parking, a ser posible sin coger alguna calle en dirección contraria, porque el ayuntamiento de Pontevedra modifica con una frecuencia y saña los sentidos de circulación que va a conseguir volvernos locos a los de Google y a mí.</p>
<p dir="ltr">El hotel es vetusto, los camareros, con chaquetilla blanca y pajarita, invitan con el café a un aperitivo de bollería. Son las nueve y media y un grupo de chicas morenas abre Zara. A mi lado un tipo mayor subraya el ABC y toma notas, viste un traje muy antiguo y una corbata a rayas diagonales marrones, ancha en el extremo inferior. Dos clientes habituales bromean con el camarero sobre la boda en la que coincidieron ayer: "¿Echaste mucha gasolina? ". Es todo analógico, con más pasado que futuro, si flotara el humo del tabaco podríamos pasar por extras para una película de Garci.</p>
<p dir="ltr">Llueve mucho pero ellas se deslizan sin prisa, calladamente y con suavidad, la piel ajada de la playa, el sol y la lluvia, tras la cortina. </p>
Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-51786016570323251432018-07-28T15:27:00.001+02:002018-07-28T16:52:40.446+02:0028 de Julio, Benavente<p dir="ltr">La A6 se despliega delante de nosotros como una alfombra caliente y gris enorme. Este año ya no oiremos a Íñigo en la radio, además la señal de la emisora se pierde justo cuando las cuatro torres se hacen pequeñas en el retrovisor, apenas a treinta kilómetros de Madrid. Castilla empieza a ensanchar, del color del trigo.</p>
<p dir="ltr">Pero el único que oye la radio soy yo, Sonia y Gabriel discuten sobre la mejor opción entre la lista de películas que he descargado en la tablet. Vamos pesados de equipaje, a unas vacaciones largas, como las de Verano Azul; llevamos la maleta llena y un Euromillón en el bolsillo, acaso no hubiera que volver.</p>
<p dir="ltr">La autopista despalilla vehículos hacia Segovia y Ávila; son los que van "al pueblo". Llegando a Tordesillas. toca parar, ójala Google Maps.en lugar de recomendar bares por su comida lo hiciera por la limpieza de los baños. Suelo elegir la cafetería con menos camiones.</p>
<p dir="ltr">Llegamos por fin a Benavente. No hay más: el hotel es una maravilla, el clima inmejorable, la gente amable y qué precios. Además venden ancas de rana en las carnicerías. Durante unas horas soy, oficialmente, el Rhodes de Benavente.</p>
<p dir="ltr">Comemos en el mesón del Pícaro, uno de esos pequeños milagros que suceden de tanto en tanto en Castilla: e<u>l</u> marisco es estupendo y el cordero, al que le sobran unos minutos en el horno, de un tamaño política y deliciosamente incorrecto.</p>
Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-61553516075075314562017-12-07T21:39:00.005+01:002022-10-24T18:13:27.156+02:00Kilómetro cero<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjj_f0uJ91MDSDr9n_VSn3MqSuDI-BnNuvhWgRWzEmNlb682Z7V7SSom3INVZuCAyM9NpN1JoJw7hZmv5S2diFw-fAQ9spfHlR2p4GxvFdcno3x_ONbJI-lUlYCotIaqJnBE_xSd9_yWUQ/s1600/km0.JPG" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="480" data-original-width="640" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjj_f0uJ91MDSDr9n_VSn3MqSuDI-BnNuvhWgRWzEmNlb682Z7V7SSom3INVZuCAyM9NpN1JoJw7hZmv5S2diFw-fAQ9spfHlR2p4GxvFdcno3x_ONbJI-lUlYCotIaqJnBE_xSd9_yWUQ/s320/km0.JPG" width="320" /></a></div>
<br />
<div dir="ltr" id="docs-internal-guid-2ff6cccd-32b3-24d3-8e39-1bd5591e7f6b" style="line-height: 1.38; margin-bottom: 0pt; margin-top: 0pt;"><p class="MsoNormal"><span face=""Arial",sans-serif" lang="ES-TRAD" style="color: black; font-size: 11pt;">En diciembre en el centro de Madrid es imprescindible comprar
lotería. Si se pudiera captar un mapa de calor humano sobre la Puerta del Sol
aparecerían como focos las administraciones. La gente hace colas, si no es en
Doña Manolita al menos que sea en el Gato Negro. Hay en la lotería de Navidad
una mística de fin de ciclo vital -cuidado, que toca, dice la publicidad- que
por fin acabará tapando agujeros, un ambiente de celebración exagerado
alrededor de la suerte<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span face=""Arial",sans-serif" lang="ES-TRAD" style="color: black; font-size: 11pt;"><o:p> </o:p></span><span face="Arial, sans-serif" style="font-size: 11pt;">Quizá por eso, a media mañana llega y llega gente a la Puerta del
Sol. Me gusta verlo y juego al flâneur paseando Alcalá arriba, con la música
bien alta en los auriculares, abrigo de paño y manos entrelazadas a la espalda
-estoy, escucha, a esto de comprarme un sombrero. Surfeando entre los turistas
veo a chavales negros que compran oro, a chicos jóvenes que venden tours
turísticos por Madrid y a un Homer Simpson con camiseta del Madrid que te saca
unos duros en cuanto caes en la trampa de la foto.</span></p><p class="MsoNormal"><span face=""Arial",sans-serif" lang="ES-TRAD" style="color: black; font-size: 11pt;">Agazapadas quedan las gitanas ofreciendo romero. O los peligrosos mimos,
estatuas urbanas con cierta tendencia a pegarte un susto morrocotudo; se buscan
la vida en esa media luz que va entre un oficio y las limosnas. El viento corta
los labios, la respiración. Si los que paseamos tenemos un frío atroz, no me
quiero imaginar lo que debe pasar el que espera quieto.<br /><br /></span></p><p class="MsoNormal"><span face=""Arial",sans-serif" lang="ES-TRAD" style="color: black; font-size: 11pt;">Pegado al edificio de correos, en el suelo, hay una preciosa placa que tiene
grabado "Km 0". En la piedra tallada se ve a España atravesada
por una veleta, parece el sagrado corazón herido por una lanza. Alrededor del
mapa se puede leer, "Origen de las carreteras radiales". El meollo
del jacobismo centralista español y una certeza.<br />
<br />
Partiendo de allí y cogiendo Arenal se llega a un par de pastelerías de toda la
vida, de estas en las que los hojaldres usan manteca de cerdo en lugar de
mantequilla y las bases de las tartas están hechas de bizcocho en lugar de
mousses y cremas. Llevan allí desde siempre, tienen el aspecto de ello y dan el
cante en una arteria que se ha convertido en un batiburrillo de franquicias.
Salvo por esto, Arenal podría pasar por una calle turística de París. Alberga
un catálogo de todas las cosas baratas que un cliente pueda necesitar . De
hecho, descontando el Museo del Jamón, que no sé muy bien cómo clasificar, ya
sólo queda un bar: el Naviego.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span face=""Arial",sans-serif" lang="ES-TRAD" style="color: black; font-size: 11pt;">Dentro del Naviego hace calor, las gafas se emborronan y la barra es larga.
Sobre ella hay bollos hasta la hora del Ángelus, cuando los cambian por tapas y
raciones. Los camareros, visten el uniforme como veteranos de mili y son ágiles
en el intercambio: "¿Tiene usted quinto?". Pues claro. Para acompañar
sacan una de patatas cocidas con aceite, ajo y guindilla, que me traen a la
memoria el Roco de la calle Cañete de Cuenca. Adoro esta tapa, me gusta tanto
que he decidido no aprender a hacerla. Quizá la haya comido en cien sitios,
pero eso fue hace tiempo. Cada vez hay menos refugios como éste.<br />
<br />
Me acodo acogiéndome a sagrado -¿qué malo podría suceder aquí?- entre la
cristalería rayada por los miles de pasos por el lavavajillas, botellines con
pegotes de hielo y servilletas en el suelo. Los jubilados charlan de política o
de fútbol bebiendo carajillos y vinos que, con suerte, no estarán oxidados.
Alargan algunas sílabas, les quedan trazas de chulería en el acento. Es la
antítesis de la globalización: la botella de anís del Mono, la foto del
visitante famoso, el escudo del Atleti, todo está igual que hace cuarenta años.
Los dos mayores cambios han debido ser la prohibición del tabaco y el
microondas.<br />
<br />
Todo es antiguo y probablemente casposo, fuera de época. Soy consciente de ello
pero me siento feliz aquí. Uno no elige su patria, su kilómetro 0.
Parafraseando al poeta, “donde quiera que apoye mi Mahou, ésa es mi casa".
Ellos y yo venimos de otro siglo.<o:p></o:p></span></p><br /></div>Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-74449169524439792402017-11-27T19:31:00.000+01:002017-11-27T19:31:33.503+01:00Después de diez años, DiverXO<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjbzssgPPIFWgKYxS1xhEMEf2N2OeoMZHPmABBZLveO2rEw3S9_b6wZ7hG6zhDxAHZR0pdX497rUKFc02dFWTJLOXPSU4d-reF2mjkQnzV_i2RWhrpUF_V_DsJIXuZQoEu5XfmcEXYZTFs/s1600/Amigos+en+Diverxo%255B1%255D.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="877" data-original-width="1489" height="376" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjbzssgPPIFWgKYxS1xhEMEf2N2OeoMZHPmABBZLveO2rEw3S9_b6wZ7hG6zhDxAHZR0pdX497rUKFc02dFWTJLOXPSU4d-reF2mjkQnzV_i2RWhrpUF_V_DsJIXuZQoEu5XfmcEXYZTFs/s640/Amigos+en+Diverxo%255B1%255D.png" width="640" /></a></div>
<div style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<br /></div>
En 2007 la crisis sólo se intuía, la gastronomía madrileña
estaba en un momento extraño, metida de lleno en una burbuja donde
empezaba a importar más el local que la comida. Casi un lustro después, buena parte de ese escenario era un recuerdo.<br />
<div>
<br /></div>
<div>
Empezamos a ver el futuro aquel diciembre, una
mañana típica del invierno madrileño, fría y agradable, en la que sucedieron
muchas cosas por primera vez. Entre ellas DiverXO que fue una revelación. El local era sencillo, casi diría que cutre, los camareros
muy jóvenes, algún tatuaje, algún piercing, se respiraba algo diferente.</div>
<div>
<br /></div>
<div>
La comida fue tremenda, descomunal, puedo recordar perfectamente la secuencia de
dimsums: “toltilla”, chipirones y civet de liebre, chipirones con tuétano. También
la deliciosa raya asada en salsa XO, la panceta asada al estilo Dong Po, el suquet
de rape o el bogavante con jengibre. Eran platos redondos y a la vez nuevos,
con ingredientes de los que no tenía noticia pero que encajaban de manera
natural; como si fueran recetas que llevaran puliéndose años y años, como si el plato sólo pudiera ser así, no de otra manera. La resaca de todo me duró un par de días.<br />
<br />
<div style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
Con el tiempo DiverXO cambió, cambió mucho. Cada temporada equivalía
a una glaciación. Llegaron las estrellas Michelín y David –ya Dabiz- se volvió
cada vez más transgresor, sin concesiones. Su distancia con el restaurante
tradicional crecía; la distancia con el DiverXO original también. Ya no era sólo la comida, también el servicio y la puesta en escena, el éxito fue enorme y
había que reservar con meses. Fue tan memorable su inicio, tan bestial el
cambio en todos los aspectos, tan complicado reservar, que algunos empezaron a
echar de menos la época de Francisco Medrano. </div>
<br />
<div style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
Diez años después se han mudado al otro lado de la
Castellana, la zona de dinero. En el hotel NH una vez subes al restaurante
pareciera que has caído en un mundo onírico. Cerdos, mariposas y muchos colores,
con decenas de camareros y cocineros que entran y salen de la sala. No es que me parezcan jóvenes, es que podrían ser mis hijos. Otra vez cuatro horas
comiendo bocados, que esta vez son más ligeros, otra vez deliciosos pero
infinitamente más complejos. Quizá el mejor ejemplo sea la propia chuleta de
raya con salsa XO, el que yo creo que es su plato fundacional: los mismos ingredientes
dan un resultado completamente diferente. </div>
<br />
<div style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
Hace un tiempo Ángel me preguntó si tenía guardada la foto
que nos hicimos al final de la comida en Francisco Medrano. Me sorprendió
vernos tan jóvenes –algunos seguimos quedando para comer-, una década es mucho
tiempo. La mayoría tenemos unos kilos más, algunos, un color de pelo
diferente. La influencia de Muñoz ha sido enorme, no recuerdo que ningún
cocinero haya impactado tanto en Madrid, si uno se fija en la foto -las cámaras también han cambiado mucho- quizá pueda
ver buenos ejemplos. Creo que ya es suficiente tiempo para afirmar que no es
una moda, sino algo estructural que forma parte de la cultura gastronómica
madrileña. </div>
<br />
<div style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
Echo de menos el original, pero sencillamente no tiene ningún sentido compararlo con el
actual, hay eones de distancia entre el uno y el otro. Muñoz ha renunciado a
la nostalgia, a montar un parque temático de su éxito. De hecho hay un puñado de restaurantes hoy día que mirarían de tú a tú en el estilo y en la oferta al DiverXO del 2007.</div>
<br />
<div style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
Ha corrido mucho más que mi paladar. La sensación que tuve
después de la comida en el NH es la misma que tuve hace diez años: fogonazos que
impregnan la retina en mitad de un túnel, sensaciones que no logro aprehender
del todo. Con una diferencia: dudo que en el 2027 haya algún sitio remotamente
parecido a lo que es hoy, recorrer este camino, asumir ese coste personal, me
parece imposible. Sospecho que ni siquiera habrá un DiverXO porque, diez años
después, es ya “<em>una vela que arde por los dos extremos, que no durará mucho,
pero nos dejará una luz extraordinaria</em>”.</div>
<br /></div>
Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-14252823723163487892015-12-02T16:15:00.000+01:002015-12-02T21:48:49.127+01:00Punteros rotos<div class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 11pt; line-height: 16.8667px; margin: 0cm 0cm 10pt;">
Para aquellos que aprendimos a programar en los años 90, C era el lenguaje de referencia. En C el código se guardaba en silos de memoria, de manera que cualquier programa podía invocarlo cuando lo considerara necesario. El programador, como un gran hacedor, era responsable de liberar el espacio si lo considerara necesario, como el granjero debe cuidar del barbecho de la parcela cuando no se debía sembrar.<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 11pt; line-height: 16.8667px; margin: 0cm 0cm 10pt;">
Los que llevamos tiempo en las redes sociales hemos visto envejecer a nuestros interlocutores. Cambiar, envejecer y, en algún caso, morir. Cuando ocurre, se mezcla el dolor real de los allegados con el “telescópico” de plañideras que necesitan llorar. Excepto por el contacto físico con la muerte -aquí a diferencia de la terrible escena de La gran Belleza, siempre habrá cuatro que cargarán con un féretro virtual- el duelo se parece al de cualquier pueblo, quizá amplificado por la velocidad y facilidad con la que el bit recorre los kilómetros. Después no, dos palmos por encima del móvil, <span style="font-size: 11pt; line-height: 16.8667px;">la tierra y el tiempo lo tapan todo, un par de metros son suficientes excepto para los pocos que nunca van a poder olvidar. En internet nuestro pasado queda congelado, a la vista.No cerrarlo es no finalizar el duelo porque basta pinchar para seguir viéndote ahí, cansado, borracho, irascible, enamorado, vivo.</span></div><div class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 11pt; line-height: 16.8667px; margin: 0cm 0cm 10pt;"><span style="font-size: 11pt; line-height: 16.8667px;">Jack, El gran hacedor, alguien debiera cerrar las vidas virtuales, liberar esos punteros al vacío, advertir a quien los llama. Dice la wikipedia que “</span><i style="font-size: 11pt; line-height: 16.8667px;"><span lang="ES">tratar de utilizar un puntero cuyo bloque de memoria ha sido liberado con </span></i><code style="font-size: 11pt; line-height: 16.8667px; font-family: 'Courier New';"><i><span lang="ES" style="font-size: 10pt; line-height: 15.3333px;">free</span></i></code><i style="font-size: 11pt; line-height: 16.8667px;"><span lang="ES"> puede ser sumamente peligroso. El comportamiento del programa queda indefinido: puede terminar de forma inesperada, sobrescribir otros datos y provocar problemas de seguridad. Liberar un puntero que ya ha sido liberado también es fuente de errores</span></i><span lang="ES" style="font-size: 11pt; line-height: 16.8667px;">”</span><br></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 11pt; line-height: 16.8667px; margin: 0cm 0cm 10pt;">
<span lang="EN-US">int *i;<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 11pt; line-height: 16.8667px; margin: 0cm 0cm 10pt;">
<span lang="EN-US">i = malloc(sizeof(int));<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 11pt; line-height: 16.8667px; margin: 0cm 0cm 10pt;">
…<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 11pt; line-height: 16.8667px; margin: 0cm 0cm 10pt;">
free(i);<o:p></o:p></div>
<div class="MsoNormal" style="font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 11pt; line-height: 16.8667px; margin: 0cm 0cm 10pt;">
i = NULL;</div>
Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-54197436237083162312015-08-19T23:19:00.001+02:002022-07-15T18:21:29.442+02:00Castellanos por Silgar<span color="rgba(0, 0, 0, 0.701961)" style="-webkit-composition-fill-color: rgba(130, 98, 83, 0.0980392); font-family: UICTFontTextStyleBody; font-size: 17px; text-decoration: -webkit-letterpress;">Fue hace algo más de 15 años, llegue con la firme convicción de construirme una infancia estival. Renuncié a la mía, espero haber acertado: la piscina a campo abierto en eras, las brasas o el sol parecían poca cosa. Llegue al Salnés desde la carretera que nace en Pontevedra y recorre la ría. Se alternaban las vistas a la ría con el penoso, caótico desarrollo urbanístico. Sólo según nos fuimos adentrando en el Salnés, ya pasado Poio, empecé a sentir que era el sitio adecuado.</span><br />
<div style="-webkit-composition-fill-color: rgba(130, 98, 83, 0.0980392); color: rgba(0, 0, 0, 0.7); font-family: UICTFontTextStyleBody; font-size: 17px; text-decoration: -webkit-letterpress;">
<br /></div>
<div style="-webkit-composition-fill-color: rgba(130, 98, 83, 0.0980392); color: rgba(0, 0, 0, 0.7); font-family: UICTFontTextStyleBody; font-size: 17px; text-decoration: -webkit-letterpress;">
Pude decidirme por otras opciones, pero me quedé con Sanxenxo, que es un microclima particularmente interesante, un pueblo marinero al que ha engullido el término náutico. Los hombres pasean con pantalones cortos azul marino y zapatos deportivos, los polos tienen pequeñas enseñas de anclas o animales, y los bañadores son de color pastel invariablemente para ellos; de última moda para ellas, este año con tendencia a ser de una pieza. En verano afloran las tiendas que los venden.</div>
<div style="-webkit-composition-fill-color: rgba(130, 98, 83, 0.0980392); color: rgba(0, 0, 0, 0.7); font-family: UICTFontTextStyleBody; font-size: 17px; text-decoration: -webkit-letterpress;">
<br /></div>
<div style="-webkit-composition-fill-color: rgba(130, 98, 83, 0.0980392); color: rgba(0, 0, 0, 0.7); font-family: UICTFontTextStyleBody; font-size: 17px; text-decoration: -webkit-letterpress;">
Nos vemos cada día en la acera que rodea la playa de Silgar, un hormiguero en julio y agosto. Alrededor, los puestos de pizza, gofres, helados o globos. Un tipo esculpe con la arena de la playa. La gente va a ver a la gente con la que ha decidido compartir espacio vital en su asueto. Nada que lo diferencie de Punta Umbría o Benidorm. </div>
<div style="-webkit-composition-fill-color: rgba(130, 98, 83, 0.0980392); color: rgba(0, 0, 0, 0.7); font-family: UICTFontTextStyleBody; font-size: 17px; text-decoration: -webkit-letterpress;">
<br /></div>
<div style="-webkit-composition-fill-color: rgba(130, 98, 83, 0.0980392); color: rgba(0, 0, 0, 0.7); font-family: UICTFontTextStyleBody; font-size: 17px; text-decoration: -webkit-letterpress;">
No parece haber nada especial aquí, y sin embargo son ya tantos años que he visto crecer familias enteras. Como yo, aparcan sin falta cada año en el mismo metro cuadrado de la playa, milímetro arriba o abajo. Un enjambre del que, asombrosamente -quién me hubiera dicho que llegaría aquí-, formo parte y que envejece tomando el sol apretado, soportando la fealdad o la enfermedad del prójimo o mostrando la propia. Siempre llega. </div>
<div style="-webkit-composition-fill-color: rgba(130, 98, 83, 0.0980392); color: rgba(0, 0, 0, 0.7); font-family: UICTFontTextStyleBody; font-size: 17px; text-decoration: -webkit-letterpress;">
<br /></div>
<div style="-webkit-composition-fill-color: rgba(130, 98, 83, 0.0980392); color: rgba(0, 0, 0, 0.7); font-family: UICTFontTextStyleBody; font-size: 17px; text-decoration: -webkit-letterpress;">
En Sanxenxo, qué contradicción, lo que disfruto es la soledad. Cada atardecer me siento en la terraza, miro el día, bien blanco por el sol, o azul acero si es que -sucede demasiadas veces-, el clima se tuerce. Las viñas un poco más arriba, las gaviotas carroñeando a las 7. Es hermoso y sobre todo extraño, me asombra cada día.</div>
<div style="-webkit-composition-fill-color: rgba(130, 98, 83, 0.0980392); color: rgba(0, 0, 0, 0.7); font-family: UICTFontTextStyleBody; font-size: 17px; text-decoration: -webkit-letterpress;">
<br /></div>
<div style="-webkit-composition-fill-color: rgba(130, 98, 83, 0.0980392); color: rgba(0, 0, 0, 0.7); font-family: UICTFontTextStyleBody; font-size: 17px; text-decoration: -webkit-letterpress;">
Ya soy parte del paisaje, del émbolo que machaca el pueblo cada agosto. Pero hay una parte de mi infancia que no consigo lobotomizar, negar. Tantos años y no me concedo un milímetro de inmersión naútica. Como si mi cuerpo o mis genes lo rechazaran. Con 28 grados por Silgar con vaqueros y zapatos castellanos.</div>
<div>
<br /></div>
Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-69016563609170185302015-07-28T11:28:00.001+02:002015-07-30T10:15:18.587+02:00Prólogo a las vacaciones (III): De Monte Esquinza a Marqués de Riscal<div class="WordSection1" style="page: WordSection1;"><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt;"><span style="-webkit-text-size-adjust: auto; background-color: rgba(255, 255, 255, 0);">No sé si hay un Madrid un salto más abrupto que la calle Génova. En Monte Esquinza apenas pasea gente por la calle. Abundan, eso sí, los porteros y las limpiadoras de casas “tipo palacete”, almendras de edificios asombrosamente uniformes para la costumbre de Madrid. En el paseo veo pocos bares baratos, una sensación desasosegante; quizá las casas sean tan hermosas que la gente desestime la posibilidad de echar ratos fuera de ellas.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt;"><span style="-webkit-text-size-adjust: auto; background-color: rgba(255, 255, 255, 0);">Avisto el toldo manchado, raído de Jockey, como si fuera la bandera de un barco abordado y rendido por piratas. Fue un comedor lleno de testosterona, de hombres que podían. Siempre sospeché que en los reservados los banqueros investían a los ministros, mientras, fumando un puro enorme, ahorcaban un seis doble. Desde la puerta se oyen ruidos de fantasmas estampando con estrépito la ficha contra la mesa y chasquidos de dedos, de sonidos guturales exigiendo champán con urgencia.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt;"><span style="-webkit-text-size-adjust: auto; background-color: rgba(255, 255, 255, 0);">Pero ya no hay camareros ni armañac, quizá no haya ni ministros. Cerca está el Hotel Santo Mauro, un poco antes, el Orfila -o al revés, me cuesta distinguirlos-, donde señoras venezolanas toman medio gin-tonic de aperitivo. En sus jardines todo sucede dulcemente y a media voz, entre árboles y fuentes, envuelto en una cortina ligera que le quita importancia al mundo, o al menos lo esconde durante un rato. El feng-shui de la belleza, de la ginebra y del sonido del agua; la suave anestesia que puede comprar el dinero.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt;"><span style="-webkit-text-size-adjust: auto; background-color: rgba(255, 255, 255, 0);">Llegamos al comedor Hortensio de la calle Marqués de Riscal. En las mesas exteriores la luz se desparrama por encima de los manteles blancos, apenas refractada por el fino cristal de las copas. Por contraposición a Jockey, Hortensio es un restaurante femenino. Parece la extensión lógica del Santo Mauro, como lo es Embassy para la merienda. Los platos son delicadamente deliciosos y el servicio atento. Jazz sosegado de ambiente y salsas que están tan bien cocinadas que no hay una sola estridencia o exceso de sabor o textura. <o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt;"><span style="-webkit-text-size-adjust: auto; background-color: rgba(255, 255, 255, 0);">La realidad es brutal: dejamos atrás el chocolate crujiente, los susurros con acento melódico, la penumbra y el aire fresco para convertirnos en un grano de arena bajo el enorme solárium seco y ruidoso que es La Castellana este verano.</span></p></div>Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-7916318137652791142015-07-08T16:56:00.001+02:002015-07-21T21:42:55.676+02:00Prólogo a las vacaciones (II): De Libertad a Monte Esquinza<div class="WordSection1" style="page: WordSection1;">
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt;">
<span style="-webkit-text-size-adjust: auto; background-color: rgba(255, 255, 255, 0);">En el barrio de Chueca han adornado las casas con tiras de banderitas multicolores. Me recuerdan a las que, cuando era un crío, en las fiestas de Nuestra Señora de Gracia, tendían entre las farolas del pueblo. Banderas, aquéllas, de diferentes países, pero también alegres –la traducción literal de gay- como éstas. Es mediodía y el suelo hiede. Huelo a heces, orín, vómitos, el desecho de los cuerpos de las miles de personas que se sacan del cuerpo el alcohol de la fiesta, priva de segunda mano que esquivo como puedo.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt;">
<span style="-webkit-text-size-adjust: auto; background-color: rgba(255, 255, 255, 0);">Un poco más allá, cruzando la calle de Génova llego a un Madrid más burgués. Allí está la oficina de la notaría donde voy a firmar la compra de una nueva casa. Me mudo de casa y de edad, soy consciente de que algo ha hecho clic y de que la primera parte de la película, que pasaba por delante de mí sin discontinuidades –parecía no tener fin-, se ha está convirtiendo en un álbum de fotos, un deja vu de lo que fui. La potente ola que desde la adolescencia me empujaba pidiéndome vida, asegurándome inmortalidad, se está desmoronando deshaciéndose en rizos de espuma que sólo rozan los dedos de los pies, un cosquilleo suave.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt;">
Pero nada peor que ser desagradablemente consciente de que va a empezar a faltarme gente, Nunca tanta plenitud.</div>
</div>
Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-68261816039917446742015-07-04T22:10:00.000+02:002015-07-10T12:14:41.324+02:00Prólogo a las vacaciones (I): FerrajulioEste año el verano empieza a primeros de mayo. Como en Mary Poppins, el viento, el sol empiezan a cambiar y yo llamo a la agencia de viajes. Hay cien mil y ningún preparativos que hacer: encontrar la sombrilla, escondida en algún rincón del trastero, bajar un quintal de vídeos de dibujos animados para el niño, mirar en el mapa si paramos aquí o allí, si será mejor hacer noche antes, que el niño es todavía muy pequeño o quizá fuera conveniente madrugar, que hace más fresco.<div><br>
Unas semanas más tarde Madrid empieza a arder. El tráfico se desliza por una asíntota hasta llegar al nivel basal que marcan los que no tiene opción, y los minutos sudan, les cuesta llegar a la sesentena. El ferrajulio presiona como una prensa de hierro fundido que baja suave y despacio, machacando sin pararse a mirar qué hay debajo.<br>
<br>
Me defiendo ofreciendo la liturgia completa de quien se va a ir con pocas ganas de volver.</div>Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-45842589439017792632015-04-21T10:57:00.001+02:002015-04-21T11:23:08.684+02:00La novena canción<p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt;"><span style="-webkit-text-size-adjust: auto; background-color: rgba(255, 255, 255, 0);">En las catas de vinos, en los años 90, cada copa era una explosión. Cada tinto español una sacudida de sabor, taninos, alcohol y concentración que, como napalm, arrasaba las gargantas. A cada trago al bebedor no le quedaba otra que desviar su atención de cualquier conversación a la copa, que pasaba a ser el centro del mundo.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt;"><span style="-webkit-text-size-adjust: auto; background-color: rgba(255, 255, 255, 0);">Lo mismo, por cierto, que sucedía y por desgracia sigue sucediendo en unos cuantos menús de degustación que no pueden estar simplemente ricos, sino que tienen que provocar un <i>ohdiosmío, </i>una foto y un mensaje las redes sociales. O de periodistas que o son Umbral y Camba cada mañana o no son. Si supiera traducir attention whoring diría que algo de eso hay.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt;"><span style="-webkit-text-size-adjust: auto; background-color: rgba(255, 255, 255, 0);">Se están cebado los egos desde la cultura de la exageración. Hay demasiados “descomunal/maravilloso/increíble/imprescindible”. Y cuantos más arabescos en la finta, más elogios que traen todavía más metáforas ocurrentes. Pero apenas hay genios, sólo unos pocos pasaran a la posteridad. Además se cumple con frecuencia machacona aquello de que lo mejor es enemigo de lo bueno. Aunque asumirlo suponga matar algún que otro sueño –mariposillas adolescentes- y reconocer que no vas a cambiar la historia.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 10pt;"><span style="-webkit-text-size-adjust: auto; background-color: rgba(255, 255, 255, 0);">No recordaré la mayoría de las cosas que beba, coma, lea o escuche. No necesito que sean inolvidables, el mejor trago de mi vida, me basta con sentir placer mientras lo hago, y me será más sencillo si no hay pretensiones que sólo son caspa en el traje. Leonard Cohen publicó el año pasado el crepuscular “Popular problems”. Es un disco menor, sin ambiciones, donde anda escondida al final la deliciosa “You got me singing”. Singing the Halleloujah song.</span></p>Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-19487413131956658182012-11-30T21:45:00.002+01:002012-12-01T09:29:28.091+01:00RuizEn Cuenca uno puede ser famoso por casi cualquier cosa. Dice la leyenda que los de la Olmeda eran capaces, los sábados por la noche, de tomarse doce whiskis. Un medio amigo motero, antes de matarse en una curva de Motilla del Palancar, se enrolló con dos hermanas; las versiones más arriesgadas decían que incluso con la madre. Hay quien dice que vio a monseñor Guerra Campos alzarse, cáliz en mano, contra unos punkis alemanes a propósito del paso de San Pedro de Semana Santa. Yo añado habitualmente que fue en el Puente San Pablo, me sale la vis cómica.<br />
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En el único aspecto en el que podía tomarse en serio a la ciudad era en las pastelerías. Los hojaldres o las bambas eran campo de debate entre el público local. Entiéndanme, no es que se usara la mantequilla más exclusiva, allí bastaba con que la clara se montara a mano y el pastel no se congelara. Me dirán ustedes que es poco y yo les diré que sí, pero que miren alrededor suyo, en su barrio hoy y ahora.<br />
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Entre todas las pastelerías lucía como el sol Ruiz, en la calle principal, conocida como Carretería. Precisamente un amigo de mi padre, del pueblo, estaba allí de camarero. Y, por eso, porque ponían unas tapas estupendas sin pagar -no se conoce un sólo conquense que haya pagado por una tapa-, una de las dos cañas que caían cada noche de fin de semana -ni una más, ni una menos-, solíamos tomarla allí. Los pasteles eran sensacionales y siguen siendo casi sensacionales, incluso después de 35 años. Allí comí por primera vez un sandwich mixto. Fue una noche de celebración y frío amortiguado por un verdugo incómodo. Me suena que algún análisis que dio negativo, como aquella pelota de Match Point que cayó del lado feliz.<br />
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A mí Ruiz siempre me recordó a la tienda de El bazar de las sorpresas -"The shop around the corner", la película de Lubitsch. Siempre supuse que debía trabajar en la tienda una Klara Novak pretendida por algún Alfred Kralik, despistado y vestido con un abrigo de paño verde botella, de esos que vendían en Heras un poco más arriba. Si alguna vez hubo gente tan despreocupada, feliz, inocente y falta de ambición como la que rodó Lubitsch debía vivir en Cuenca.<br />
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Por desgracia no nos nació nadie como Ernesto.Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-4894201062179679252012-06-13T21:47:00.003+02:002012-06-14T13:14:44.653+02:00Sábado noche<div><p>Tardes áridas de febrero, de viento y rugby Cinco Naciones, de rastrojos arrastrándose por las eras. A uno cuando lleva años viviendo en una ciudad, le sorprende al recordar que sucedía así, sábado sí, sábado también, a eso las cuatro de la tarde. Nada, nadie, se movía en kilómetros a la redonda, allá donde mi vista llegaba en una Castilla tan ancha como aburrida y pobre. Las Pedroñeras, en el horizonte, no parecía un pueblo mucho más interesante.</p><p>Al pueblo lo despertaban de la siesta las campanas de la misa de las ocho. Noche ya bien entrada, la gente subía a la iglesia por aquello de hacer algo y, de paso, quitarse la obligacion del domingo, siempre mas perezoso. A mí me gustaban aquellas tardes, estaban llenas de la única actividad social de la que podía presumir el pueblo. Cumplidos de penitencia, bajábamos al bar, era el mejor momento de la semana. Yo clasificaba los bares en sitios de domingo o de sábado noche, convenía distinguir porque el aperitivo dependía del día y de la hora. Para el primer caso tocaba el hogar de los jubilados, bordaban unas mollejas de pollo con ajo y guindilla que son patrimono de mi humanidad. El sábado noche, el ambiente, esas treinta familias que podían gastarse ochenta duros en salir, tenían que elegir entre el Casino -donde se reunía mucha parte de la élite franquista- y un local a las afueras del pueblo. En éste el apertivo consistía en unas bocas frías.</p><p>Nunca he alcanzado a saber qué son las bocas. Me da miedo preguntarlo. Seguro que algo vulgar. Tanto como para que Adriá las considere tan respetables como las angulas, con esa condescendencia del que piensa que en realidad son una mierda. Y no quiero saberlo. Sólo sé que a mi padre le gustaban mucho, que nos hacían felices, que eran la razón por la que esperaba con alegría esa noche -que no siempre llegaba- sabiendo que habría que soportar una ceremonia larga y tediosa, un paseo frío al aire de eras que sólo traían silencio.</p><p> Me pregunto si seguirá siendo así. Si volverá a ser así.</p></div>Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-86436830717576692732012-04-26T10:58:00.001+02:002012-04-26T11:59:13.822+02:00Mayte Commodore<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-S_m2Khuo-mMzqG0mB30fXWwtihZxRsrGTZAsZ29VmtBefZqqIuivnVP96o-QRfx8T4dZzch7ig823mThfhxV_u7FFtTxRYSmlJcKTRBOGLrbGDrgi4Rw1cd5gAEjCinp4OOLh49q3do/s1600/la+cocina+pr%25C3%25A1ctica+de+mayte.jpg" imageanchor="1" style="margin-left:1em; margin-right:1em"><img border="0" height="320" width="202" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-S_m2Khuo-mMzqG0mB30fXWwtihZxRsrGTZAsZ29VmtBefZqqIuivnVP96o-QRfx8T4dZzch7ig823mThfhxV_u7FFtTxRYSmlJcKTRBOGLrbGDrgi4Rw1cd5gAEjCinp4OOLh49q3do/s320/la+cocina+pr%25C3%25A1ctica+de+mayte.jpg" /></a></div>
Allá donde entonces acababa Madrid, donde ahora comienza un ensanche ordenado y frío, soviético, se alza el edificio del restaurante Mayte Commodore, obra del arquitecto Luis Gutiérrez Soto. En la Plaza de la República Argentina –popularmente conocida como “la de los Delfines”- se salta del Madrid del barrio de Salamanca, construido para lucir debajo de un cielo azul intenso, a una ciudad nueva, hermosamente triste y gris. Cuadriculada.</br>
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La santanderina Teresa del Carmen Aguado Castillo llegó a Madrid en 1950, con 19 años. Sirvió durante un tiempo en la cafetería Ilsa Frigo –terraza que competía con el California en la Gran Vía- y abrió en el 54 el Hostal Mayte, en la calle General Mola -ahora Príncipe de Vergar. Al lado, en la productora Sevilla Films, Samuel Bronston rodaba por la época en la zona alguna de sus superproducciones españolas y los actores, algunos tan famosos como Ava Gardner o Charlton Heston, fueron habituales de la taberna del hostal. Hizo fortuna y en los años 60 se trasladó al 8 de la República Argentina inaugurando el bar Richmond, que cambió su nombre a Mayte Commodore a finales de la década.</br>
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Fue una mujer inteligente y, como su paisano Víctor Merino, desarrolló una intensa alrededor en la que el mantel era sólo la excusa. En su casa se reunieron artistas –Ava Gardner o Charlton Heston-, intelectuales y los políticos del tardofranquismo, al punto de considerársela un icono de la dictadura. Instauró un premio taurino a los triunfadores de San Isidro y otro teatral: los premios “Mayte”, que hoy en día siguen celebrándose. Una relaciones públicas de enorme influencia.</br>
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En su libro del 76 “La cocina práctica de Mayte” deja reflejado lo que era su cocina, recetas cántabras humildes, aprendidas de su abuela, que intentó internacionalizar. Mucha caza –era la especialidad de la casa- y una receta el “bistec Mayte al whisky” –un solomillo a la plancha al que se añadía una guarnición de cebolla pochada, salsa perrins y pimienta molida, finalmente flambeado en whisky- que nos puede dar una buena idea de lo que allí se comía.</br>
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Con la muerte de Franco llegó su declive. la identificación con el régimen le pasó factura, Madrid la marcó. Murió en el 90, su hijo Luis y su nuera constituyeron una fundación en su nombre que se trasladó a Cantabria donde gestionan otro restaurante . Dice Manuel Martín Ferrand que los salones de Mayte Commodore, ya no sé si cerrados o abiertos después de muchos vaivenes, fueron los últimos de Madrid. Lo que es seguro es que fue una de las primeras mesas del poder, una gran casa que levantó una raquera de Puertochico.Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-52048997407739423702012-02-16T10:07:00.002+01:002012-02-17T09:29:44.750+01:00Los cereales bailan<div>
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Cuando la luz del amanecer ilumina la mesa de desayuno los cereales salen de su bolsa. Pizpiretos, en pequeños saltos, montando un barullo tal que despiertan a toda la cocina. A las tostadas que se desperezan con elasticidad, para recibir los primeros rayos de sol, bien embadurnadas por la mantequilla que discute con la mermelada por un trozo de superficie. La leche, abrazada por la taza, busca el tiovivo del microondas y quiere, por lo menos, dos viajes, echa las fichas y se enfurruña como un niño pequeño cuando oye el clink con el que acaba cada ronda. El horno calienta el ambiente y el zumo, delicado como un suspiro, se esconde en la parte más fresca de la nevera, refugiándose de la luz, el calor, el bullicio porque dice que el alma se le escapa. Nadie le ha dicho que los zumos no tienen alma. Al café todo esto le pone negro, se enfada e inunda la casa con aromas tostados<br />
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Los oigo desde la cama, mientras me despierto poco a poco, bizqueando los ojos con la luz que se cuela por la ventana. Me pongo mis calcetines más gordos, me lavo la cara y me uno a la fiesta. No hay nada que me haga más feliz. Cuando el amanecer ya ilumina mesa de desayuno.</div>Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-58930096493031866382012-02-08T15:58:00.002+01:002012-02-09T12:35:30.944+01:00La paella perfecta¿No os ha pasado nunca? Esa sensación de que, no importa lo que el resto diga, el resultado no es tan bueno como te gustaría. Como si alargaras la mano, te pusieras de puntillas, saltaras un poco, y todavía así, no llegaras a rozarlo. Pues esa sensación tengo yo cuando hago arroz seco. <br />
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Me levanto bien temprano sin apenas dormir y sigo los pasos que han escrito los mejores maestros como si bailara un ballet ¿El caldo? Ah sí, horas de cocción lenta con ingredientes selectos, los huesos son de las gallinas con los mejores pedigrís, la verdura fresca, rebosante de olor, sabor y textura firme. Ajos de Las Pedroñeras, cebollas dulces como caramelos, ñoras rojas con carne tan roja que parece sangre coagulada pegada a su piel. No hay duda de que el caldo, que desgraso con el mimo de quien limpia a un bebé, es fuerte y sabroso.<br />
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Mientras el sofrito cruje bailando su danza loca sobre el aceite, desparramo el arroz sobre la paella, inundándolo de caldo hirviendo. Vivo esos diecisiete minutos y veinte segundos con tensión, vigilo cada grano. Tengo la sensación de que si no los miro con intensidad no se cocerán bien. El resultado es penoso, para qué nos vamos a engañar. Siempre hay un grano que está menos cocido, otros menos sabrosos, algunos incluso se pegan y han perdido algo de almidón. Maldita sea, hay incluso zonas de la paella donde no se forma socarrat y el caldo no tiene el PH que quiero.<br />
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Una cosa os digo, como estoy siga así, voy a acabar obsesionándome.Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-9689165072848317332012-02-04T14:40:00.000+01:002012-02-07T10:40:05.274+01:00Fado de bacalao y almejasVi a Dulce Pontes flotando sobre el Tajo. En una Expo, hace tantos años que el sabor del bacalao de aquellos días se ha difuminado. Las superbocks y el tiempo tienen la culpa. Lisboa se ha apagado, las noches son más atlánticas y tristes que nunca y los portugueses, acostumbrados a agachar la cerviz, ya rozan el suelo con la frente. <br />
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Dulce sigue cantando Chorona. Es una reina. Le cambiamos el agua a unas judías cocidas de Monjardín tras veinte minutos de un fuego que no llega a romper. Añadimos dos segundos de vino blanco, las cocochas de bacalao y unas almejas atlánticas, seguramente también tristes. Dejamos cocer cinco minutos, meneando con alegría, como si nada hubiera pasado. Añadimos un poco de perejil y cilantro picado.<br />
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Bebiendo sí, un Dorado del 2005, al calor de un fado que ahoga. Parece inacabable.Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-69144320511216962592011-11-18T22:52:00.013+01:002011-11-20T16:42:10.665+01:00Emoción<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEin_w5h6YCXXngVmVK7ZQEKd1ZLxN5jDg1us6n_sifMDVJCTOA24pB6vUU2a2RnK3WD2p1WpAWgf3bNuqW5SRVYZD6PpR_uenJkfptWmrxbxrbNqc2gp4vC_jBWXh42clpOYUi322Xk_vg/s1600/procol_harum_a_whiter_shade_of_pale.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 240px; height: 240px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEin_w5h6YCXXngVmVK7ZQEKd1ZLxN5jDg1us6n_sifMDVJCTOA24pB6vUU2a2RnK3WD2p1WpAWgf3bNuqW5SRVYZD6PpR_uenJkfptWmrxbxrbNqc2gp4vC_jBWXh42clpOYUi322Xk_vg/s320/procol_harum_a_whiter_shade_of_pale.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5676456701234968322" border="0" /></a><div style="text-align: left;">Escucho esta noche A whiter shade of Pale. Gary Brooker viejo, con los ojos cerrados -él y yo-, aullaba la canción, con la fuerza de quién no va nunca va a tener nada mejor que decir. Tan etílicamente bella, tan vulnerable. Me transportó a nieblas de 40, o quizá hace 300 años. En algún momento en el que el talento y la ginebra -debieron ser galones- se combinaron para crear algo más de tres minutos de una hermosura descomunal.</div><br />Cuando me preguntan si la gastronomía me emociona, suelo ser tajante. Disfruto muchísimo de ella, pero no, no me emociona.. Y con ese ansia la busco, tres veces al día, sin pretensiones, pero arañando los límites, hasta la extenuación. Con la pasión de quien todavía no ha encontrado el equilibrio de acidez y dulzor de la reducción perfecta. No creo que fueran arte, pero el último pato semisalvaje que disfruté, trinchado al lado de mi mesa, o un tuétano de vaca chorreante de salsa, me hicieron feliz.<br /><br />Tres veces al día, tan lúdico y placentero como sea capaz. Compartiéndolo, si es posible. Mi alma es otra cosa, dejo las lágrimas para la sobremesa, en las que un buen brandy, el alcohol, aceleren las emociones cuando oigo a Gardel, al leer a Stoker, Faulkner, Fitzgerald o al mirar por los ojos de Coppola, especialmente cuando se detienen en la gastronomía.Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-1671315408277448786.post-24184721664089022622010-06-07T09:10:00.003+02:002010-06-07T09:17:01.957+02:00Delirio (y III)<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiCgDBq3z2SbnSlcRtoKE6qsUqLsDfZ19dpZO6ZqpjM94hFejE3jP7vZX5EjRSoLJ2jP3kCuRcvIVKbMpJOkfLmkaBZlHM3QyohHC507HQ6yRQIsaGGw9U7vwrGX5B7EQZiVQKRPVEvnQI/s1600/little+clues+by+karen+hollingsworth.png"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5479926619468273634" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 238px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiCgDBq3z2SbnSlcRtoKE6qsUqLsDfZ19dpZO6ZqpjM94hFejE3jP7vZX5EjRSoLJ2jP3kCuRcvIVKbMpJOkfLmkaBZlHM3QyohHC507HQ6yRQIsaGGw9U7vwrGX5B7EQZiVQKRPVEvnQI/s320/little+clues+by+karen+hollingsworth.png" border="0" /></a><br />Comenzado el servicio se pudo sentir cómo crecía una tensión salvaje, un latido desbocado que iba cogiendo velocidad, los comensales pedían más y más, y cuanto más querían, más salía de la cocina. De repente se oyó un grito pidiendo auxilio y la locomotora en marcha que era la noche, una orgía gastronómica fuera de control, se frenó en seco. En una de las mesas dos personas se encontraban mal, en otra a varios de los comensales les costaba respirar. Entre el pánico, los camareros corrían de lado a lado del comedor reanimando a los clientes a base de sales y bofetadas. No llegaron a tiempo a uno de los reservados, donde un conocido constructor murió entre espasmos. La rubia que lo acompañaba –experta en cócteles y corbatas- estaba congestionada, se reía a grandes carcajadas ante su braceo desesperado y en apenas unos minutos la calle se convirtió en una discoteca de sirenas de policía y luces del SAMUR.<br /><br />La noticia fue portada en la prensa local: “famoso empresario fallece por exceso de presión arterial en el restaurante revelación de la temporada”, ponía en el pie de la foto. “Muere por un abuso de placer que le revienta el corazón”, sintetizó vulgar y afinadamente el titular. Del chaval que todos recordaban como “delgado y con una mirada negra e intensa” no se volvió a saber, había huido sin dejar la más mínima pista, ninguno de los datos personales que había firmado en su contrato era real. Las inspecciones sanitarias que se sucedieron durante varias semanas tampoco encontraron indicio alguno de las causas de la desgracia.<br /><br />Aunque para ser más exactos lo que habría que decir es que no encontraron nada. Nada. La cocina estaba vacía. No había hierbas, sal o pimienta, ni siquiera aceite o un mal cuchillo. Habían desaparecido los utensilios y los ingredientes, estaba impolutamente limpia, parecía del todo absurdo pensar que aquello hubiera sido una cocina. Quedaba un pañuelo con unos cabellos rubios y un cuaderno en el que aparecían unas cuantas recetas escritas con grafos extraños, infantiles. Garabatos casi ilegibles que debían corresponderse con los ingredientes y que, sin embargo, el reconocedor digital de escritura, que la policía utilizaba para casos extremos, se empeñaba en transcribir como “envidia”, “soberbia”, “lujuria” o “gula”. Se repetían en cada fórmula, en cada página y tenían asignado un peso en gramos.<br /><br />Casi un año después, a principios de julio el restaurante volvió a abrir. Regresaron los antiguos camareros, con su pajarita y su chaqueta negra, a pisar sin garbo el comedor. Sólo sirvieron una mesa esa noche, cuatro personas para los que un becario que se afanaba torpemente en los fuegos descongeló cocochas y chuletas de cordero. En cuanto se fueron, Juan recogió con parsimonia los cincuenta céntimos de euro de propina que tintineaban en el plato, mientras la puerta, perezosa y chirriante, se cerraba. Sintió con alivio que esos cinco dedos de madera maciza le protegían del calor del cemento y del bullicio del presente.<br /><br />Cuadro que ilustra: <strong><em>Little Clues</em></strong> por <strong>Karen Hollingsworth</strong>.<br /><br /><em><span style="font-size:85%;"><strong>Nota: Cuento inspirado en plato "Steak tartar con helado de mostaza" de El Celler de Can Roca. Un delirio.</strong></span></em>Carloshttp://www.blogger.com/profile/13170946133296901255noreply@blogger.com19