30/7/18

30 de julio, a las 9 en Pontevedra

La lluvia cubre como un gasa traslúcida la iglesia de San Francisco, en la Plaza de la Herrería. Es una capa tan delgada que parece poder vencerse con un soplido.

El centro de Pontevedra es casi peatonal, silencioso. La gente anda con parsimonia. Tienen ese flow que da no intentar ganarle una décima a cada segundo que ya no sé si te lo da Madrid o lo arrastro yo. Llevan paraguas y el calzado adecuado.

Con bermudas y esparteñas, de manga corta, tengo frío y parezco gilipollas, así que me doy la vuelta. Tenía pensado descubrir la manera correcta de llegar al parking, a ser posible sin coger alguna calle en dirección contraria, porque el ayuntamiento de Pontevedra modifica con una frecuencia y saña los sentidos de circulación que va a conseguir volvernos locos a los de Google y a mí.

El hotel es vetusto, los camareros, con chaquetilla blanca y pajarita, invitan con el café a un aperitivo de bollería. Son las nueve y media y un grupo de chicas morenas abre Zara. A mi lado un tipo mayor subraya el ABC y toma notas, viste un traje muy antiguo y una corbata a rayas diagonales marrones, ancha en el extremo inferior. Dos clientes habituales bromean con el camarero sobre la boda en la que coincidieron ayer: "¿Echaste mucha gasolina? ". Es todo analógico, con más pasado que futuro, si flotara el humo del tabaco  podríamos pasar por extras para una película de Garci.

Llueve mucho pero ellas se deslizan sin prisa, calladamente y con suavidad, la piel ajada de la playa, el sol y la lluvia, tras la cortina.

28/7/18

28 de Julio, Benavente

La A6 se despliega delante de nosotros como una alfombra caliente y gris enorme. Este año ya no oiremos a Íñigo en la radio, además la señal de la emisora se pierde justo cuando las cuatro torres se hacen pequeñas en el retrovisor, apenas a treinta kilómetros de Madrid. Castilla empieza a ensanchar, del color del trigo.

Pero el único que oye la radio soy yo, Sonia y Gabriel discuten sobre la mejor opción entre la lista de películas que he descargado en la tablet. Vamos pesados de equipaje, a unas vacaciones largas, como las de Verano Azul; llevamos la maleta llena y un Euromillón en el bolsillo, acaso no hubiera que volver.

La autopista despalilla vehículos hacia Segovia y Ávila; son los que van "al pueblo". Llegando a Tordesillas. toca parar, ójala Google Maps.en lugar de recomendar bares por su comida lo hiciera por la limpieza de los baños. Suelo elegir la cafetería con menos camiones.

Llegamos por fin a Benavente. No hay más: el hotel es una maravilla, el clima inmejorable, la gente amable y qué precios. Además venden ancas de rana en las carnicerías. Durante unas horas soy, oficialmente, el Rhodes de Benavente.

Comemos en el mesón del Pícaro, uno de esos pequeños milagros que suceden de tanto en tanto en Castilla: el marisco es estupendo y el cordero, al que le sobran unos minutos en el horno, de un tamaño política y deliciosamente incorrecto.