21/4/15

La novena canción

En las catas de vinos, en los años 90, cada copa era una explosión. Cada tinto español una sacudida de sabor, taninos, alcohol y concentración que, como napalm, arrasaba las gargantas. A cada trago al bebedor no le quedaba otra que desviar su atención de cualquier conversación a la copa, que pasaba a ser el centro del mundo.

Lo mismo, por cierto, que sucedía y por desgracia sigue sucediendo en unos cuantos menús de degustación que no pueden estar simplemente ricos, sino que tienen que provocar un ohdiosmío, una foto y un mensaje las redes sociales. O de periodistas que o son Umbral y Camba cada mañana o no son. Si supiera traducir attention whoring diría que algo de eso hay.

Se están cebado los egos desde la cultura de la exageración. Hay demasiados “descomunal/maravilloso/increíble/imprescindible”. Y cuantos más arabescos en la finta, más elogios que traen todavía más metáforas ocurrentes. Pero apenas hay genios, sólo unos pocos pasaran a la posteridad. Además se cumple con  frecuencia machacona aquello de que lo mejor es enemigo de lo bueno. Aunque asumirlo suponga matar algún que otro sueño –mariposillas adolescentes- y reconocer que no vas a cambiar la historia.

No recordaré la mayoría de las cosas que beba, coma, lea o escuche. No necesito que sean inolvidables, el mejor trago de mi vida, me basta con sentir placer mientras lo hago, y me será más sencillo si no hay pretensiones que sólo son caspa en el traje. Leonard Cohen publicó el año pasado el crepuscular “Popular problems”. Es un disco menor, sin ambiciones, donde anda escondida al final la deliciosa “You got me singing”. Singing the Halleloujah song.