13/6/12

Sábado noche

Tardes áridas de febrero, de viento y rugby Cinco Naciones, de rastrojos arrastrándose por las eras. A uno cuando lleva años viviendo en una ciudad, le sorprende al recordar que sucedía así, sábado sí, sábado también, a eso las cuatro de la tarde. Nada, nadie, se movía en kilómetros a la redonda, allá donde mi vista llegaba en una Castilla tan ancha como aburrida y pobre. Las Pedroñeras, en el horizonte, no parecía un pueblo mucho más interesante.

Al pueblo lo despertaban de la siesta las campanas de la misa de las ocho. Noche ya bien entrada, la gente subía a la iglesia por aquello de hacer algo y, de paso, quitarse la obligacion del domingo, siempre mas perezoso. A mí me gustaban aquellas tardes, estaban llenas de la única actividad social de la que podía presumir el pueblo. Cumplidos de penitencia, bajábamos al bar, era el mejor momento de la semana. Yo clasificaba los bares en sitios de domingo o de sábado noche, convenía distinguir porque el aperitivo dependía del día y de la hora. Para el primer caso tocaba el hogar de los jubilados, bordaban unas mollejas de pollo con ajo y guindilla que son patrimono de mi humanidad. El sábado noche, el ambiente, esas treinta familias que podían gastarse ochenta duros en salir, tenían que elegir entre el Casino -donde se reunía mucha parte de la élite franquista- y un local a las afueras del pueblo. En éste el apertivo consistía en unas bocas frías.

Nunca he alcanzado a saber qué son las bocas. Me da miedo preguntarlo. Seguro que algo vulgar. Tanto como para que Adriá las considere tan respetables como las angulas, con esa condescendencia del que piensa que en realidad son una mierda. Y no quiero saberlo. Sólo sé que a mi padre le gustaban mucho, que nos hacían felices, que eran la razón por la que esperaba con alegría esa noche -que no siempre llegaba- sabiendo que habría que soportar una ceremonia larga y tediosa, un paseo frío al aire de eras que sólo traían silencio.

 Me pregunto si seguirá siendo así. Si volverá a ser así.