Penélope venía contenta con su nuevo corte de pelo. "A lo garçon", le había insistido a la peluquera que intentaba colarle uno de esos peinados de revista de moda. Ésta finalmente, tijera en mano, había esbozado un gesto de resignación y accedido a cortarle la enorme mata de pelo castaño, resultado de muchos años de cuidados y de mañanas de sufrimientos en el peinado del amanecer. "Qué cómoda voy a estar", todo eran ventajas y se felicitó saliendo con paso firme de la sala de belleza.
Se dirigió satisfecha y feliz a su restaurante favorito a celebrarlo. Mirándose en cada espejo se alisaba la falda y se rozaba la graciosa melenita, que meneaba coquetamente delante del cristal de cada escaparate. Así entró, con sonrisas y saludos al personal, que ya empezaba a afanarse en el servicio de la comida. "Su mesa, señora", el jefe de sala de blanco y negro riguroso la sentó en su rincón favorito -era una cliente VIP-, donde, sin necesidad de pedirlo, a los treinta segundos ya se había servido una copita de manzanilla y unas aceitunas exquisitamente maceradas.
Penélope decidió acicalarse un poco, no se cansaba de mirarse. Por el camino saludó a una de las camareras, una niña joven que le caía especialmente bien, "está usted muy guapa, señora" le dijo sonriéndole. Fue un segundo, algo rápido, pero se dio cuenta de que le había mentido. La chica había pronunciado las cinco palabras con una sombra en los ojos mientras bajaba la mirada, un reproche apenas perceptible. "Es demasiado joven, no tiene estilo, normal que no lo aprecie", musitó lanzándose un beso al espejo del baño, mientras se atusaba el pelo en la nuca.
Volvió a su mesa y, tras elegir un buen chablis, empezó a disfrutar de la deliciosa ensalada templada de cigalas con trufa de invierno. Al tercer bocado volvió a notar una nueva mirada extraña, esta vez la de otro de los clientes habituales que, con una expresión socarrona, susurró algo al oído de su acompañante, sin apartar la vista de sus hombros, donde ya no caía melena alguna. "Más vino", exigió. "¿Me ponéis más vino, o me tengo que levantar yo?", exclamó treinta segundos después en un tono de voz demasiado elevado. Ya había sido suficiente, "retiradme el plato" le dijo al jefe de sala en voz queda, él no le miraba de manera diferente a otras ocasiones, pero ella pensaba que la estaba juzgando. "¿No le ha gustado?" le preguntó extrañado ante el plato a medias de comer. No le respondió, sólo le pidió con fiereza más vino y empezó a fijarse en todos los detalles que, en realidad, le desagradaban del restaurante.
Como si le hubieran dado el don de la vista de repente, se percató de que eran demasiadas las cosas que no le gustaban. La ensalada le había parecido esta vez demasiado vulgar, las paredes olían a tabaco, el vino estaba demasiado caliente y la decoración era espantosa. El ambiente se volvió agobiante, caluroso. "Dios mío, ¿Por qué me he cortado la melena? ¿Por qué?" gimió hacia dentro desesperada. Acabó con la comida abruptamente, pagó y dejó apenas unos céntimos de propina. Apartó la silla de un golpe al levantarse y se marchó sin despedirse, ante la mirada incrédula del servicio de sala. A su espalda imaginaba susurros y risas de gente que se mofaba de un corte de pelo antiguo y ridículo.
Corrió cien metros más allá y empezó a llorar desesperada. Juró no volver nunca a semejante antro, Madrid entera sabría el repugnante sitio en el que se había convertido, mandaría una opinión demoledora a cada uno de los periódicos que conocía hasta conseguir que se publicara. Se enjugó las lágrimas y levantó la cabeza, dándose cuenta de que se había parado delante de una tienda de ropa con un enorme espejo. Allí vio a una mujer fea y vieja. Una figura anacrónica con un peinado a lo garçon.
Cuadro que ilustra: Marguerite Kelsey de Meredith Frampton
Nota: Título inspirado en el cuento de F. Scott Figzgerald, Bernice a lo garçon
20/1/10
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9 comentarios:
Muy bueno, D. Liga, muy bueno.
Gracias Melitón, no tan diferente de la realidad.
Cuentos de invierno...
Ángel, en este caso la anécdota es totalmente real, por más, de hecho, a quién no le ha pasado alguna vez algo así...
La percepción que recibimos desde el exterior de cualquier acontecimiento nos llega mediatizada por numerosos condicionantes que la convierten en algo subjetivo y personal. Por eso seré siempre humilde y prudente a la hora de opinar acerca de mis impresiones en los lugares que visito. Y por eso nunca haré crítica.
Buena historia, Carlos. Y triste.
Sí, pero así es cómo funciona. De hecho el ser capaz de cambiar el humor de un cliente es una de las cosas más difíciles que he visto en una sala.
Caramba, Carlos.
No sabía que tenía usted seguidoras niponas.
Un goloso abrazo.
Qué fuerte, difícil saber si es spam.
Estupenda la imagen del calor me ha gustado mucho tu trabajo. Un saludo.
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