5/9/09

El hombre en el espejo


Y mientras Michael Jackson aullaba desvalido autocrítica, su epitafio, escribió el suyo propio. Se decidió a ser sincero delante de un plato o de un vino. A no dejarse llevar por modas, quiso ser independiente; a no juzgar por la época, ni por lo que le leía, se abstrajo del aquí y del ahora. Ni Ferrán ni Bocuse, o cualquiera de los dos, pero sólo cuando fueran realmente buenos, sin dejarse llevar por la histeria ni los lobbies. Se volvió suspicaz, desgraciadamente más cínico. Sospechó de todos, de todos ellos.

Probó la salsa americana, la meunier, el pil pil, las esferificaciones y el gazpacho con bogavante; no los valoró por su edad, ni por lo que le contaban, dejó que los puntuara su paladar. Al principio era sobre todo intuición, por falta de educación le costó entender lo que estaba bien o mal -si es que existe lo bueno y lo malo- pero aprendió a sortear su torpeza y cocinar, y por eso valoró la profesionalidad y no cedió ni un centímetro ante las recetas mal interpretadas o la vulgaridad, juzgó con dureza el dinero mal invertido, la sorpresa por la sorpresa, la escasez del buen producto -que consideraba algo importante- las bechameles crudas, las espumas superfluas y los platos concebidos a mayor gloria del cocinero, que no del cliente; platos tantas veces de revista de gastronomía, recetas marquetinianas para oir las loas de masajistas y trovadores dulces, demasiado fáciles de convencer. Decidió que los homenajes serían suyos, jamás del restaurante.

Se mofó de las guerras gastronómicas, de la inquina personal que se jugaba delante de un tablero de Monopoly bien lleno de bombones. Bombones llenos de ego que se rifaban entre los que participaban, finalmente más interesados en los besos de bienvenida y en la confrontación que en la gastronomía. Querían estar y cambiaban de bando como quien cambia de camisa, tenían precio. Y entendió que mejor lejos que cerca.

Leyó y leyó y cuanto más lo hizo, más se alejó del aquí y del ahora. Cada día era más feliz viendo comer que comiendo, quizá porque jamás consideró la gastronomía algo más que la posibilidad de compartir. Se hizo mayor mientras comía y empezó a cuestionar un poco esto y un poco aquello. A chuparse los dedos con una cigala en un restaurante de campanillas o con unas costillas en un polígono industrial. Se hizo mayor y descreído mientras comía.

Gastó el bonobús de las emociones; se bebió el armagnac de un trago; consciente de que el corazón se apagaba en cada bocado. Pagó sus facturas, todas y cada una de ellas. Se acercó a los dueños de los fuegos, en algunas ocasiones le tocó el premio gordo y en otras siquiera la pedrea. Despreció el temor del cocinero cobarde, por más que endeudado. Aunque la entendiera.

Se miró al espejo y vio que había cambiado, quizá no a mejor, había apostado mucho y en alguna ocasión mal. Y decidió descansar el alma, buscando recuperar unos gramos de la inocencia que le había acompañado en el viaje, el motor de su felicidad. Porque era bien cierto que había disfrutado, había disfrutado mucho.

Imagen que ilustra: Cuadro en el espejo, Dalí.

18 comentarios:

Matoses dijo...

Querido Carlos,
Llevo toda la noche entre despierto y dormido dándole vueltas a la complicada intersección entre arte y gastronomía, por motivos más o menos obvios. Esta vez me ha dejado tocado. A la cuarta va a la vencida.

Lo cierto es que me he levantado un poco obtuso.

Textos tuyos como éste tienen algo virtuoso. Cada uno puede imaginar quién es el protagonista. Puede ser incluso uno mismo, aunque no ame la cocina.

A mi me ha llevado al genial Arturo Pardos. Llevo varios meses obcecado con dos cosas, y una de ellas es la de asistir a la casa de la inolvidable pareja a las afueras de Madrid. Volver a sentir un poco más de Gastroteca, aquellos descorches, aquellos surrealistas momentos, aquellos descubrimientos, verdades.
Y rememorar. Y sentirlo antes de que no sea posible.

Carlos dijo...

Una alegría volver a saber de ti Matoses. Ya leí ayer sobre Islandia, supongo que has cargado pilas.

En el texto hablo de mí, supongo que es fácil adivinarlo. En cualquier caso lo más interesante que se puede sacar de este texto es que lo escribí oyendo a un tipo que le sacó polvo y alma a una canción de Michael Jackson, que, nunca fue santo de mi devoción, pero que escribió cosas grandes. Jay Brannan, Man in the mirror.

Un abrazo.

Carlos dijo...

Y que disfrutes con Arturo, un tipo del que Sacha habla maravillas. Debe ser especial.

Matoses dijo...

Todos, en mayor o menor medida, somos ese "Hombre en el espejo".

Si algún día me salgo con la mía y logro ir a casa de Arturo y Stéphane, te avisaré.

Carlos dijo...

Será un placer Matoses. Llevaremos champán.

angel dijo...

Yo creo que bastantes nos podríamos identificar con ese "hombre en el espejo", yo desde luego lo hago.

Gran post

Carlos dijo...

Gracias Ángel.

Espeto dijo...

Un gran artículo, Carlos. Yo también creo que todos nos vemos reflejados, al menos en parte, en ese hombre en el espejo.

Creo que es más sano para el cuerpo y la cabeza vvir la gastronomía como algo puramente lúdico, como la excusa perfecta para pasar tiempo con quien uno quiere. Y punto. Es más satisfactorio saber menos, indagar sólo lo necesario para disfrutar.

Lo demás: la búsqueda, la novedad, la sorpresa, el prestigio... Todo eso tiene fecha de caducidad.

Juan Luis dijo...

Me gusta lo de la inocencia, creo que un día lo comenté contigo. Mantener la inocencia y la ilusión para mí es vital, se lee mucho de gente que cree estar de vuelta de todo, yo creo que han perdido algo.

Carlos dijo...

Gracias Espeto, suscribo todo lo que dices. Pero me ha llevado tiempo llegar a esa conclusión.

Juan Luis, regenerar la ilusión no es fácil, y se gasta. A mí me parece como ese bonobús que menciono. Pero doy fe de que se regenera, estoy con infinitas más ganas de probar y disfrutar que el año pasado para estas fechas. Sólo que ahora lo afrontaré de otra manera.

Ser un cliente es estupendo.

Toni dijo...

Off-topic. ¿Alguien me puede decir si en El Celler de Can Roca se puede comer a la carta ó si se reduce la oferta a los 3 menús que dicen en su web?.

Juan Luis dijo...

Hay carta Toni, con algunos de sus clásicos.

enoilógico dijo...

Carlos , gracias. Como siempre te adelantas a mis posts (un esbozo de tu segundo párrafo). Ahora para qué escribirlo.

Carlos dijo...

De hecho ese fue el origen del texto, Eldi. Eso y el comentario de un cocinero amigo, un hostelero de primera, que me dijo que él aspiraba a "dar de comer bien a la gente".

Eso y que odio los fanatismos en la gastronomía.

malinche dijo...

Como alegra la mañana leer un texto de este nivel. En este caso se une a la calidad en la redacción, con gusto y estilo, las emociones y experiencias que se apuntan y que nos hacen que cada uno nos miremos en nuestro propio espejo y reflexionemos acerca de la manera de vivir nuestra relación con el placer proporcionado por el comer y el beber.

En mi caso, y a pesar de algunas complicaciones que afectan y ocasionalmente perturban esa relación, lo que busco es la obtención de experiencias y placeres. Pero es cierto que, en ocasiones, etren en escena otras consideraciones que nos desvían de ello.

Por eso es muy conveniente pararse de vez en cuando, mirar en el espejo, y "volver al comienzo de la obra perdida, aunque esta obra sea la de toda tu vida..."

Carlos dijo...

Gracias Malinche. Bien es cierto que yo me lo he tomado demasiado en serio, pero es que no sé hacerlo de otra manera.

compangu dijo...

Carlos, me sabes un admirador de tus textos, en fondo y forma.

Pero esta vez has dado un paso más.

Es que el comer y el beber es esto. El disfrute y el goce.

Gracias por hacer que los llevamos poco tiempo en "esto" no perdamos la cabeza con pensamientos alejados de lo que tiene que ser el fin último.

Carlos dijo...

Gracias Compangu. Y sí, disfrutar es el objetivo último, pero sin perder el espíritu crítico por el camino, que últimamente pareciere que no hay el derecho a decir que algo es malo, cuando lo es.