4/4/09

Gris

Era mediocre y era consciente. Había sobrevivido con dignidad gracias a toneladas de esfuerzo, de amor propio. Cuando los demás se iban, él se quedaba trabajando y las horas de sueño, le habían acabado confundiendo. A base obsesionarse con lo bueno que era, había desarrollado una visión distorsionada de sí mismo, que repetía, por si colara, a quien quisiera oírle. Se miraba al espejo con los ojos entrecerrados, apretándolos fuerte a veces hasta hacerlos llorar, para que las lágrimas filtraran la luz y pudiera moldear las formas tal y como su imaginación las proyectaba. Había decidido ser una estrella y nada se iba a interponer, ni siquiera su mediocridad.

Al principio y con el comienzo de cada temporada se ponía delante de la cacerola, un lienzo en blanco, pensando en parir una obra maestra. Odiaba las hojas vacías, necesitaba decir algo cada poco. Pasaron los meses y se dio cuenta de que sólo era capaz de pochar una triste cebolla, freir unos pobres ajos, confitar un esto o un aquello, sus platos eran frases mil veces dichas, hiladas como buenamente podía, sabores que la gente olvidaba a los pocos segundos. Decían las malas lenguas –las entendidas- que incluso cuando no utilizaba Avecrem, sus guisos sabían a Avecrem. El cóctel era peligroso, ambición y falta de capacidad.

Pero era un alma fuerte, o al menos contumaz. En lugar de hacer lo que la mayoría -resignarse a su medianía-, fue desarrollando una suerte de comportamiento provechoso, podría decirse que encontró su verdadero don. Primero empezó a echarle una mirada de reojo a los libros de alta cocina que recolectaba con ansiedad y que memorizaba a base de esfuerzo, aunque con poco aprovechamiento. Cogió un algo de aquí y de allá, componiendo de oídas. La cosa no fue del todo mal, sus clientes empezaron a felicitarle y lo que al principio hacía con inocencia y casi sin darse cuenta, se convirtió en una costumbre insana, ¿Quién se iba a enterar? Como si fuera un grupo opositor a Eurovisión plagió sin compasión y con descaro. Con habilidad, sólo hasta el séptimo acorde, sin llegar al octavo. Lo justo para que no le descalificara el jurado o lo que es peor, el juicio público.

Poco a poco, más y más. Compuso una carta enorme, descomunal, de nombres complejos que leía en libros que no acababa de entender. Llena de platos en los que incluía, sin ton ni son, ingredientes asiáticos de moda. "Oscurezcámoslo". Basó su cocina en el mundo asiático, un universo suficientemente desconocido que no haría fácil compararle, pero a la vez llamativo y extraño; no sabría hacer un caldo oscuro pero se jactaría de hacer el mejor pad thai de la ciudad. Su ambición poco a poco dejó de ser mejorar, se conoció a sí mismo y se dio cuenta de que lo que le hacía feliz era ser famoso, estar. Añadió a sus trapacerías la costumbre de hablar mal de los de su gremio y a ser posible destacar su restaurante en cada ocasión en la que le dejaran. Hizo de la palabra "yo" una carrera profesional.

Y llegó su momento: empezó a ser conocido en el mundillo local. Por supuesto no hablamos de un reconocimiento de su obra, poco tenía que decir y sus "creaciones" siempre causaban más sonrisa que interés real. El talento es díscolo e irreverente, sólo reconoce al talento, desprecia la mediocridad y él no formaba parte de la logia más exclusiva; sentía que le miraban sin verle, pero ocupaba dignamente el espacio que iba entre la columna de la entrada y la puerta y se afanaba en rellenarla cada día. Se convirtió en un imprescindible en cada fiesta, en las voces en off de la comedia de la tele, y eso le daba una oportunidad única, practicar la especialidad que había practicado durante años, que no era otra que la sumisión. Eran demasiados años de práctica que no podían quedar en vano, haría de sus rodillas encallecidas su principal activo. Él, amigos, no esperaba que llovieran estrellas michelín, pero exigía su presencia en cada evento por el sólo hecho de ser parte del mobiliario; un funcionario de las cacerolas exigiendo escalafón. Estar.

Primavera del 2009. Tocaba reinventarse una vez más, una nueva carta y una presión brutal, la de la gente con talento que salía –"maldita sea"-, como setas. Gente que leía y estudiaba, que mejoraba cada día, y que sobre todo creaba, componiendo platos complejos que él no podría siquiera soñar. Talento inaccesible. Sin embargo hoy estaba contento, la semana entera se había justificado porque había visto en un programa de televisión una receta de unos dim sum de higadillos acompañados de unos ajíes; esta vez iba a ser sencillo, cambiaría los higadillos por riñones y los ajíes por pimiento seco de la Rioja. Se le había ocurrido hacer una "versión" españolizada de un plato del plato, nadie se atrevería a decirle que había copiado y si lo hicieran, impondría sus galones. No tenía ni la más mínima intención de referenciar a su autor; la regla número uno de su manual de superviviencia era reconocer la obra sólo si era imprescindible -"ni un centímetro". Bien al contrario, ya se encargaría de ir deslizando insidias sobre el autor, procurando mirarle por encima del hombro, subiéndose en toneladas de excrementos para poder mirarlo desde bien alto.

Y al fin y al cabo, ¿Qué había de malo? ¿Qué hubieras hecho tú con tan poco? Sin talento ahí andaba: en el ajo. Aunque fuera blanco y chino.


Cuadro que ilustra: Low lying clouds de Scott Andrew Spencer

4 comentarios:

Jorge Díez dijo...

Mi aplauso reverencial otra vez; discreto pero sincero.
No me extiendo, este es tu espacio. La tertulia mejor ahí al lado. Pero hay tanto ahí...
El viaje continúa.

Carlos dijo...

Gracias Jorge. Sincero seguro que sí.

Y para aquéllos que no lo entienden, dos referencias. El aleph de Borges.

Y de otra manera, El aleph de Nena Daconta.

El aleph es el infinito.

Oseypunto dijo...

Si hay algo que realmente puede hacerte daño, es engañarte a ti mismo y obviar tus limitaciones. Mas pronto que tarde te descubrirán y quedarás en la suma evidencia, o lo que es peor te descubrirás, no te gustarás y te darás cuenta que tu vida es una mierda.

Carlos dijo...

El problema Ose, no siempre son las limitaciones propias, sino el juzgar desde la atalaya. Yo puedo asumir que soy mediocre, pero raramente juzgaré que el de enfrente lo es.