9/2/09
La Tâche 78
Detrás de dos dedos de ginebra, debajo de unas pestañas largas y negras, de una nube de humo, de una mirada oscura, de un pasado azabachado, estaba ella. Nadie se tomaría tantas molestias, para que llegar al fondo había que quitar mil capas de una cebolla. Y lo que había dentro era un vertedero.
El roast beef está excesivamente frío, piensa, mientras le echa un vistazo al barman brasileño. “Es guapo. Una pena que no tenga pasta”. Hubo un tiempo en el que los tipos gordos hacían cola delante de ella. Le justificaban el tamaño de pene y su tripa con una tarjeta dorada, a veces negra; comercio justo. Las cosas cambian rápido, había que conformarse con un sandwich y un combinado en un sótano de luces azules y rojas porque la crisis había devuelto a los gorditos plastificados con sus mujeres rechonchas y sus niños orondos a sus domingos de cerdo adobado en el jardín. Le habían propuesto un par de veces una vida de periferia y chalet adosado. Fiestas de fútbol y cerveza era una perspectiva que le atraía un poco más que un filete de vaca carbonizado acompañado de la conversación de un camarero argentino.
El tipo de la barra la mira con detenimiento, vulgar y lentamente. De arriba abajo, desde los pendientes de bisutería hasta los zapatos de imitación, con especial atención al escote, levemente exagerado a propósito. Medio atractivo, luciendo vaqueros ajustados, saca una navaja de mango nacarado de Laguiole con la que corta un pedazo del queso que ha elegido como cena y que se come con ansiedad. A ella la saborea más lentamente, quizá porque nunca ha probado nada igual. Está acostumbrada a hacer inventarios, a medir la clase al peso, a puntuar cada detalle como el jurado olímpico de natación sincronizada, penalizando los errores con saña. “Reloj Casio digital años 80, zapatos de saldo, pantalones y camisa de Zara”, recuenta mientras el tipo rebaña el pan desmigado del plato con el dedo índice, mojándolo en la boca para atrapar cada trocito como si fuera el último. “Pobre como una rata”. Hay labios donde esas palabras pueden sonar como una condena perpetua.
Contigo pan y cebolla, le susurra el trovador con la mirada. Por un segundo se piensa si pagarle una cerveza, puro egoísmo, le da asco verle tomarse ese queso con agua. El gachó se desabrocha un botón de su camisa mientras ella divaga vagamente, durante una milésima de segundo, sobre su cuerpo. Debió haber ido al gimnasio en algún momento de su vida, algún momento muy lejano a juzgar por su cintura. Clank, clank, los hielos del gin tonic rebotan contra el cristal. Frío que relaja sus dedos y sus labios. Frío. El gin tonic, amargo, se mezcla con la nicotina. La música rebota entre sus sienes, fun-for-me-fun-for-me, la melena se mueve despacio, el humo flota, el tipo suda, estiércol que no huele a nada.
Como dos fuerzas opuestas, la presencia del baboso le recuerda su miseria mientras que cada sorbo de alcohol la devuelve a la realidad, a su realidad, mucho más vívida que nada que le pasara delante de los ojos. La mece el recuerdo del color de un La Tache del 78, su olor, un placer que justifica un purgatorio eterno, una resaca infinita. Lujo y cuberterías de plata, otra vida, la única que merecía la pena, llena de mañanas doradas y azules en la playa, de noches de seda y brillos. Dirige la mirada, turbia y borrosa hacia la televisión, o quizá fuera hacia la máquina tragaperras, las dos la deslumbran y aturden. No recuerda nada de lo que le ha sucedido en los últimos veinte minutos pero podría describir el salón del Ritz de París hasta el más mínimo detalle. Se mira en el espejo y se ve con dieciocho años y veinte centímetros menos en la falda, unas medias con costura y unos tacones de vértigo aporreando el suelo de Rue Cambon. Reinando en las tiendas, con telas de color borgoña a su espalda y tipos negros, grandes como armarios abriendo y cerrando las puertas, flotando entre perfumes dulces y embriagadores como vinos alemanes.
Londres, París, Roma y Nueva York, le gustan las ciudades con río y eso, por supuesto, excluye Madrid. El Manzanares no deja de ser un charco que se escurre como la descarga de la cisterna por el desagüe del váter. “Tengo que escapar de este agujero”, lo repite como un mantra cada noche. El camarero le ofrece un gimlet, “de parte de la casa” y algo más que no cuenta más que con la mirada. “Sí cariño, ¿Por qué no?”. Por qué no. Manchando adrede el borde de la copa y la boquilla del ducados de pintalabios. La está tomando por una cualquiera; inhala el tabaco y lo suspira. Quizá lo sea, hay fronteras tan difusas que no conviene detenerse mucho en dibujarlas.
La copia del cuadro de Bacon colgado en la pared amplifica cada inseguridad, cada miedo, su sufrimiento, su dolor; le pone cara al vértigo, a la soledad. Sólo otro gimlet más.
Foto que ilustra: Inhale. Exhale. Your life. De Katarzyna Dembrowska.
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13 comentarios:
Se que te importa un pimiento pero, realmente, escribes muy bien... genial..
Existe una fina linea que separa la racionalidad de la locura y en ciertas ocasiones esta linea algunos, los genios y los convencidos, la cruzan a voluntad, a un lado, al otro... sin ninguna precaución
A veces, como a la protagonista de tu relato, las puertas de vuelta al lado "bueno" de la linea se cierran sin avisar...¿cuantos se habrán quedado al otro lado cuando las puertas de "ricolandia" se cerraron de golpe?
José Luis, no me da igual. Te lo agradezco de corazón.
chapeaux!!!, me ha encantado.
Eiiiiiii, muy muy guapo!!!!!
Carlos, escribes muy bien. Por un rato me he olvidado del mundo y he estado sentado al fondo de ese lugar.
Me gusta mucho esa pose melancolica de tus relatos.
El día en que alguien escriba así de bien de los restaurantes, éstos se quedaran vacios y nos dedicaremos de verdad a la gastronomia virtual.
Gracias por la evasión que me ha producido el cuento.
Acojonante, emocionante, poesía. Jeff Buckley, Hallelujah.
Está noche, tras publicar un cuento, que será el comienzo de un conjunto de ficciones que estoy escribiendo, he recibido un comentario insultante y un correo con amenazas.
Da para pensárselo. De hecho retiro el cuento y me voy de tapas.
Hay que ver cómo está el patio.
Yo, por mi parte, deseoso de leerte.
Ánimo.
La pregunta es: ¿qué clima y qué suelo da tanto oligofrénico?
Ahí sí que haría falta una buena poda.
Carlos, ni puñetero caso... y contra ese tipo de actos, juzgado, denuncia y etc,etc...
sin piedad...
joder carlos, vaya como escribes. Tienes q escribir un libro...
Eso que leo, que te mandaron un correo amenazante?, por este post?.
De todas maneras que les den, a tu bola y listo, no te parece?
Así es josé Luis y SibaritaAstur, el lunes, por desafirtunado que sea el texto, lo publico.
Es algo que sólo puede decidir cada uno pero me parece estupendo. Espero leerlo. Y entender algún motivo por retorcido que sea.
Ánimo.
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