
"Beber es transformar la materia en alegría."
- Nikos Kazanzakis -
Puedo recordar mil gintonics: el de la terraza dura que escupe calor en la capital, el de garrafón en la discoteca oscura, el que desatasca la comida copiosa en un restaurante y sirve de pretexto para la sobremesa, el cortito de casa después de un día duro para "relajarse", o mi favorito, el de la noche de verano al borde del mar, el que relaja los músculos y apaga el calor del día de sol en la piel mezclándose con la primera brisa yodada de la noche.
En un mundo, el de los destilados, que cada pocos años tiene un favorito diferente, olvidados el coñac y el armañac -vistos casi como bebida de ancianos- el whisky, el ron, el vodka y la ginebra se disputan las sobremesas. En España en los últimos dos años el ganador de largo es el gintonic, la mezcla que nació a finales del siglo XIX en Inglaterra como una medicina que mezclaba ginebra y quinina con un poco de limón para luchar contra las enfermedades tropicales –malaria y paludismo.
Como consecuencia los dos últimos años la oferta se ha multiplicado por diez. Como si fuera el último fichaje de Florentino, cada nueva incorporación se celebra con albricias y se van sucediendo los nombres en la dinastía. Por orden cronológico en el número uno hemos visto pasar a la Bombay Sapphire -ya demodé- Citadelle, Hendrick's, Tanqueray Ten y la última vencedora, Junipero . Ni se os ocurra si queréis que tener cierta reputación decir que bebéis Larios o Beefeater, válidas para poco más que limpiar las barras de los bares si atendemos a las exigencias del gourmet-2009. A los locales más in de Madrid no debe faltarles una carta de ginebras aunque, paradójicamente, no puedan poner encima de la mesa más allá de dos coñacs medios. Basta pasearse por el Vinópolis de Londres cercano al mercado de Borough y fijarse en las más de treinta marcas que ofrece, para suponer que el fenómeno durará todavía unos cuantos años.
Yo me declaro absolutamente sobrepasado por la oferta, si bien es cierto que podría –con dificultad- distinguirlas a temperatura ambiente y ligeramente mezcladas con agua, soy absolutamente incapaz de distinguir las mejores cuando andan servidas a cero grados Kelvin –exceptuando algún melonar que anda suelto. Porque recordemos que por cada parte de ginegra se sirven cuatro de un brebaje llamado tónica no precisamente ligero de sabor. Mi favorita es la Schweppes, me encanta su postgusto amargo, aunque le reconozco a la Fever Tree su naturaleza poco intrusiva, ligera. Independientemente de que la mezcla sea mejor o peor, no tengo claro que con esta última la bebida se deba llamar gintonic, por la escasísima presencia del amargor, esencia de este cocktail.
Cuando la ginebra tiene una cierta calidad, lo que de verdad marca la diferencia, creo yo, es el frío; los hielos gordos y sólidos, las bebidas a punto de congelación, un ambiente gélido en el que el hielo no se convierte en agua. Es una bebida hecha para refrescar y la combinación de especias, amargor y frío causan una sensación de alivio, a la que sigue otra dulzona que pide un nuevo trago.
Llegados a este punto uno sólo puede estropear la bebida con un chorro de limón, la idea en sí no es mala porque la acidez podría aumentar la sensación de frescor. El problema es que además, como si fuera un cuchillo, acaba con la efervescencia de la tónica; es por esto recomendable -si se desea aromatizar con cítrico- extraer la esencia de la piel del limón retorciéndolo con unas pinzas como si exprimiéramos un tirabuzón. Si os fijáis, las gotas que caen son pura grasa y no se mezclan con la bebida, flotan, no agreden a la mezcla y por tanto aportan únicamente aroma.
Lo cierto es que yo no le pido un triple salto mortal, no me parece una bebida compleja o al menos no soy capaz de percibirla, si quiero mil sensaciones lo que elijo es un dedo de Hennessy XO. Sólo le pido que refresque mi gaznate y calme mi alma. Que no es poco.
Imagen que ilustra: I need a mercury transfusion de Bluehipster