25/8/18

25 de julio, gallo negro

Vuelve la herida mojada, curada en agua con sal, ya limpia y sin pus; delicada digamos. Para secarla qué mejor que unas horas al aire de Castilla en la sobremesa del final de agosto.

Pero antes un gallo negro guisado en el hotel y restaurante EnryMary -ahora tiene otro nombre que me gusta menos. La Puebla de Sanabria es el agujero en el tiempo espacio tiempo que conecta Galicia con el universo.

20/8/18

18 de agosto, al cabo de once años, D'Berto

En el Salnés los días radiantes retumban con estruendo. El paisaje parece cincelado por los días lluviosos, pesimista en lo metereológico. Así que este sol le sienta a la ría de Arousa como un vestido blanco, cegador sobre una piel que suele lucir el gris perla. En La Toja las vendedoras de baratijas se esconden debajo de la poca sombra que hay en el paseo de la isla. Conchas, collares y amuletos de recuerdo entre mucho "ay filliño" zalamero y un poco forzado, como lo decía Beatriz Carvajal.

La ría huele a yodo, la marea está baja y el vivero parece inmenso. Apenas a doscientos metros, como una continuación natural, está el restaurante D'Berto. En la entrada hay una pecera con crustáceos enormes, que yo creo que son más mascotas que otros cosa excepto las cigalas, que van listas de papeles. Dentro, un expositor con lo que vino de la lonja.

Berto nos dice que venimos en mal día, el miércoles y el jueves no hubo mercado. Yo creo que sufre en agosto intentando mantener los precios, porque la calidad no se negocia. De hecho, esa ha sido siempre su apuesta, lo que le define: una convicción casi fanática en el producto de la ría. Siempre el mejor, siempre accesible. Es un negocio difícil porque ahora no hay marisco, pero es que hace cinco años no había clientes que lo pagaran.

El 2018 se ha convertido en una nueva locura como fueron los primeros años del siglo, dan 90 cubiertos como podrían dar 150. Mientras mi hijo pide que le destrocen un solomillo -el gourmet se hará, en el mejor de los casos-, una pareja al lado discute el menú con la naturalidad de quién va cada día a comer allí. Que van. Las bandejas de cigalas y bogavantes vuelan en la sala y a mí me sale el asombro castellano: cuánta riqueza.

Cada año descubro algo maravilloso, que no sé si volverá a suceder. El agosto pasado unas zamburiñas que  habían filtrado toda la ría, hoy unos percebes que tienen en la uña un tacto líquido, aterciopelado y viscoso, como el del liquen en la piedra húmeda y resguardada del sol. La medida del producto.

Compré dos velas en la cerería de San Román para pedir que a la Michelin no le llegue el presupuesto o el conocimiento para llegar hasta aquí.

19/8/18

16 agosto, el ocio en Pontevedra

Una de las cuestiones fundamentales que hay que resolver en las ciudades de provincias es qué hacer con el tiempo de ocio. En Madrid está chupado, uno lo pasa en un par de atascos y si le sobra visita el Prado o va a ver ópera.

En el norte de España han resuelto este problema a base de gastronomía. Siempre me fascinó el hecho de que los emigrantes gallegos de Orense, inmensamente ricos y ya mayores, volvieran en agosto a su tierra en aviones privados a comer marisco. No al alterne ni al exceso salvo que por tal se tenga echar la partida, que siempre fue una excusa para tomar licor café mientras hablas de más comida y de tu infancia.

Yo debí haber dirigido la sucursal del Banco de España de Pontevedra, pero llegué algo tarde. Hubiera en ese caso disfrutado de Juncal con desmesura. Un ultramarinos maravilloso, hecho para viajar entre un océano de conservas y el mejor cerdo ibérico; entre todo lo de hace falta para construir un caldo gallego excesivo, descomunal, sabroso, capaz de disipar brumas y de crearlas aún más profundas. De darle sentido con los mejores vinos y licores a un domingo. Y luego está ese olor, el de la tienda de conservas, indefinible pero que cualquiera reconoce, aquí refinado por la nobleza de la chacina.

Pero llegué tarde, y ya no me llamarán Don Carlos en las cafeterías de la Michelena. Tampoco sortearé el atasco de las diez en los soportales.

4/8/18

4 de agosto, La moda ideal

Pontevedra ha sido ciudad de
funcionarios, bares y tiendas al minorista. Las tiendas están desapareciendo a ojos vista. Tocadas por la edad e internet, por las grandes superficies. Hasta por la mala suerte.

Fue el caso de La moda ideal que hace un par de años ardió. Estaba en una esquina bajo los soportales de la plaza de la Herrería, un pequeño comercio fundado a finales del XIX en un edificio precioso que vendía unas telas, un género estupendo. Todo buen gusto, desde el nombre. Un símbolo hasta en la manera de consumirse.

Apenas a unos metros, partiendo de la Herrería, está la Rúa de San Román, mi calle favorita de Pontevedra. Desde la imprenta y librería Pueblo, que mantiene esa deliciosa y desasosegante mezcla de olores del papel de los libros y el plástico de las carteras escolares nuevas -el olor del primer otoño- a la extraña y a su manera hermosa farmacia de Eiras Puig, la primera botica de la ciudad, también del XIX. Una época en la que Pontevedra recibió inmigración catalana que trabajó los salazones, el bacalao y los licores, pero sobre todo la  sardina. En Bueu queda el museo Massó para dar fe.

Pero sin duda hay dos lugares donde merece la pena detenerse. El primero es la cuchillería y paragüería La Orensana, ya cerrada pero que dejó su colorista cartel -así es cómo el comercio está dejando su firma en las ciudades. Y sobre todo queda la Cerería de San Román; el olor a incienso y cera, su escaparate lleno de exvotos y símbolos con aroma a santería.

Ataré el final de la morcilla como la empecé, con una mercería: Apenas a unas decenas de metros, en la Plaza do Teucro, está el bar La tienda de Clara, que fue en el rodaje de Los gozos y las sombras el comercio de Clara Aldán, o sea de Charo López, porque me es difícil pensar en otra Aldán. Un buen bar para iniciar hoy la noche de peñas en la que centenas de adolescentes van a arder entre el calor y el alcohol para celebrar que empiezan las fiestas de agosto, la Peregrina.