
Y en lo más crudo del crudo otoño, cuando la economía española aterrizaba por fin al nivel basal, ése en el que descansará una larga temporada y al que toca ajustarse como a un zapato rígido y nuevo, el gobierno por fin nos confirma lo que sospechábamos: estamos tiesos como la mojama, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Todo esto después de un conjunto de medidas del tipo "Que no falte de nada", como el menda que en la barra del bar invita a unas cañitas, sacando pecho cuando pide la cuenta, mientras en su casa no paga ni siquiera la luz. Muy español, en el fondo.
Y claro, llegó el día de pagar; dejados de la mano de Dios, sin plan, confiando en una nueva burbuja inmobiliaria -imposible, claro-, nos avisan de que hay que apoquinar, que toca ayudar a los más desfavorecidos, solidaridad plasmada en dos puntos de subida del IVA y un punto en el impuesto reducido, el que se aplica a la hostelería. Casi nada, ¿Verdad?, tan sólo una subida de algo más del 14% en la tasa, patada adelante y un "ya saldrá el sol por Antequera" en toda regla.
Dicen que no hay otra solución, porque la seguridad social está esquilmada y el grifo de los diferentes subsidios se cierra un poco más cada mañana, se estiran malamente los últimos sueldecitos para aquellos que por desgracia llevan ya más de dos años en el paro. Y cada cual se las apaña como puede para ir tirando, prescindiendo del cafetito de la mañana, del aperitivo, se ahorra del tabaco, de la compra, se araña en la gasolina, no se compra el periódico y en esta vorágine el ocio es el primero que recibe la bofetada, el más prescindible.
Todo esto en un momento en el que se han tomado medidas extrañas, contradictorias. El gobierno español, bien atento a hacerse una foto con Ferrán Adriá mientras propone un difuso plan de negocio para la expansión del turismo -tapas, gastrobares, cultura de un "alto" tapeo- sigue una estrategia bien diferente a la del gobierno francés, que ha reducido el impuesto en hostelería nada menos que del 19,6% al 5,5%. No han llamado a ninguna escuela de negocio para tomarla, no hacía falta; tangible, sencillo, directo, una apuesta por un sector que las está pasando canutas.
Pero es que además de lo que hablamos es de la única apuesta posible en España, la industria del mejor activo que tenemos, el sol, la gastronomía, el turismo, quizá nuestra única industria posible. En tanto suenan continuamente en las noticias las bondades de nuestra gastronomía: mil congresos, mil planes, el tapeo como una marca y mira qué importantes somos y cómo nos miman en La Moncloa. Todo ello es muy bonito, suena precioso, pero lejos de la realidad, del bar de la esquina y del restaurante al que va el 99% de la gente, casas sin estrellas michelín ni publicidad alguna en los medios de comunicación. Esta es la gastronomía real y la que sufrirá en primera persona la subida.
¿Qué sucederá? Pues que cada vez habrá menos negocios, menos empleo, más fraude fiscal. En un país sin una auténtica cultura gastronómica detrás, un montón de santanas se han tirado al monte con pequeños negocios en ciudades donde la sofisticación hasta hace poco eran asadores, chuletones, churrascos, paellas y solomillo al cabrales. Apasionados de la gastronomía -por dinero no lo hacen, estoy seguro- que cuando peor lo estaban pasando, reciben una buena patada en la espinilla; total, si antes podíamos vivir sin ellos, ¿Qué cuesta seguir haciéndolo?
Porque que nadie se equivoque, ese 1% de donde va a salir es del lujo y España, hoy día sigue pensando que cualquier gastronomía fuera de casa es lujo. A esta ronda, invita la hostelería.
Acuarela que ilustra: A night at Evangeline de Dominic White