
Tras un día duro, me acerco por la peatonal zona de Huertas a la
UEC (Unión Española de Catadores). Granizo, lluvia, chuzos de punta. Pero no importa, cata y de albariños con muchos años. Era como abrir un regalo, como leerse el último libro de la colección de los Cinco cuando uno tiene doce años, era una esperanza y una ilusión, un terreno por descubrir que nadie ha recorrido antes.
Total que me llego a la calle Lope de Vega y me calzo el proverbial pincho de tortilla que me permite aguantar la cata con hombría y poco uso de la escupidera -por aquello de forrar el estómago-. Siete vinos, siete, diferentes viñas, añadas y filosofías si me apuran. Vamos que más que una cata vertical, era una cata vertiginosa.
La albariño fue la gran esperanza blanca al final de los 80 y durante los 90. Como todo lo nuevo, como le pasó a la ribera del duero o como lo pasará a Jumilla, tuvo su correspondiente reacción en contra, porque hasta el jamón cansa. Y así durante los últimos años, lo que "mola" es decir que los Riesling son mucho más complejos, que los Loira son algo estratosférico y mucho más baratos y que estos vinos están sobrevalorados en precio. Y encima llega Janice Robinson y dice que la mayoría de los albariños son decepcionantes -después de haber dicho unas 100 veces que era la uva blanca más interesante del nuevo mundo vinícola-. De Parker sabemos poco al respecto, porque delega mucho en lo de las catas y eso es tanto como decir que no te apetece.
Pero claro, por otro lado, no hay vino español que en porcentaje se venda de igual manera fuera de España. O sea,
los ingleses se calzan la mitad de la producción gallega. Y ojo, los ingleses de esto de beber, saben.

Así que empezamos a descorchar y a descorchar botellas, empezando por el
Valdamor 2004. Muy poético el origen del vino, dos jóvenes campesinos de familias enfrentadas, plantaron una cepa, bla, bla, bla... Al menos la historia acabó bien y no como la de los italianos. Pues bien, la historia era mejor que el vino; cerradito en nariz, con una acidez bárbara, tenía su fruta y hasta un poquito de flores... pero decía poquito, o casi nada. Fracaso, hay muchos albariños del 2005 más interesantes.

Seguimos por el
Brandal 2004, vino hecho con "maceraciones prefermentativas", vamos que maceran con hollejo, como todo vino moderno que se precie. La etiqueta no lo decía, pero llevaba su roble americano y por consiguiente su vainilla y su coco en la chepa. Sí, compota de manzana, flores marchitas, fruta compotada y sí la complejidad de esa maderita... pero ¡ay! otra vez demasiada acidez. El vino mejorará en un par de añitos, pero hoy por hoy no es una opción.

Siguiente que éste no nos ha convencido,
Albariño de Fefiñanes III, año 2002. Ostras que susto, ésto son palabras mayores, aunque sólo fuera por lo bonito que es el pazo de estas gentes en Cambados y los años que lleva esta gente haciendo vino (aunque digámoslo de una vez, los de hace 15 años eran un asco). Cerrado en nariz para empezar y también muy ácido, pero no estuvo del todo mal, con cuerpo, bien estructurado y con la acidez bien compensada. Pero claro 25 euros... Se me ocurren un par de vinos mejores por ese precio.
Se acaban las galletitas, pero alguien tiene que hacer este trabajo.
Lagar de Cervera 2003, vino modesto, precio moderado 10 euritos de nada, acidez bien matizada por la botella, flores, higo, herbáceo, ligero amargor final.
Un paradigma del albariño que uno esperaría encontrar. En otras palabras, estupendo y con una relación precio fantástica. Este sí, mira tú, me lo apunto en mi cuaderno azul.

Y salió de chiqueros una de las estrellas, el
Fillaboa del 2003. Oro viejo, floral, herbáceo, muy intenso en nariz. Todo expectativas que se derrumbaron en la boca donde resultó plano, aburrido y poca o ninguna complejidad. En fin, que como guardo muy buenos recuerdos de otras añadas de este vino, no me atrevo a seguir hablando mal de este vino, igual fue esta botella o igual fue el exceso de colines y galletas.
Como, por supuesto, quedaba lo mejor, pongo la mejor de las copas, la más brillante para recibir al Bodega de Rei 2001
(de Bouza do Rei), una de mis bodegas favoritas. Lo pruebo y primero mi parte analítica (o lo que queda de ella), me dice que está pasado, que ha perdido amplitud, que la acidez ya no lo aguanta, que sólo le queda la dulce entrada en boca y que
se va cayendo como un pajarillo sin alas según va pasando por la boca. Pero luego mi parte visceral (de la que queda cuarto y mitad), me dice que
está rico, que este vino con unos percebes entraría en raciones de a un decilitro el movimiento de codo. Será que estoy condescendiente, pero a pesar de saber que éste vino tuvo épocas mejores me parece un muy buen vino.
Con la curiosidad a flor de piel, abrimos el
Tempo de Don Pedro Soutomaior de 1999. Ojo, estamos hablando de uno de los primeros vinos que le puso barrica al albariño, con una campaña publicitaria sin precedentes. Este mismito, me lo tomé en el entorno del 2003 y me supuso un shock. Tostados, herbáceo, balsámico, nada que ver con lo que yo conocía y de hecho, en aquellas no me gustó demasiado. Pues bien, ahora sigue conservando los tostados y las hierbas, pero sólo en la nariz, donde es bien complejo, porque en boca está evolucionadísimo,
pasado en una palabra. Ha perdido la complejidad y en el contexto de la cata, se parece al resto de los albariños como se parecería una verdejo. Una rareza y además pasada de fecha, un elefante en una cacharrería.
Seguimos y seguimos porque, como siempre, es en el sexto toro donde se cortan las orejas. Abrimos el
Gran Bazán de 1996. Otra de mis bodegas favoritas, que nos ofrece un vino con muchísima complejidad en nariz, pero del que no pude tomar más que un sorbo. Goma quemada es el defecto que menos trago (ligeralmente) en el tema de vinos y con este vino uno tenía la sensación de estar oliendo el asfalto de Silverstone después de una carrera de F-1. Una pena.
Y por último el
La Val de 1995. El primer albariño que yo tomé de la mano de Juan, el estupendo maitre de el Ponteareas madrileño (los dueños del Portonovo, Moaña y Ponteareas son los dueños de esta bodega). Estoy casi seguro de que esta añada, la del 1995 debí tomármela en 1996, así que me hizo ilusión. El vino estaba hecho un desastre, compota de manzana, poca acidez, desestructurado, mucho sabor a avellana. Algo así como un mal amontillado, algo así como un vino que se ha muerto.
¿Decepcionante? Sí. ¿Cubre esta cata lo que se está haciendo ahora mismo en Galicia? No. Hay varios vinos con fermentación en barrica que están mucho más ricos que los aquí comentados (el de La Val sin ir más lejos o el Zárate Pago de El Palomar). La fermentación en inox. también está funcionando estupendamente en alguno de ellos (el Selección de Añada de El Pazo de Señorans, hacerse, si uno es pudiente, con un 2001).
En otras palabras, buen intento por parte de la UEC, pero mal tirado. Habrá que volver a probar.