18/11/19

Volver a casa

Hace unos días intenté recordar las direcciones de todas las casas donde he vivido. Llegué lejos, pero se me resistió una: la primera. Parecía sencillo, está en un pueblo pequeño con apenas un centenar de calles. Sin embargo, sobre el mapa de Google, fui incapaz de dar con ella. Asi que empecé a desplazarme dentro del pueblo con esa pequeña maravilla virtual con la que uno se puede mover de un lado a otro tal cual si estuviera allí, entre las paredes de una ciudad congelada. Busqué una referencia segura: el parque, y seguí, click tras click, paso tras paso, por las calles que se parecían a mis recuerdos. Navegué en el entorno 3D entre matrículas y gente borrosa, tanto como mi memoria. Apenas familiar y sin embargo suficiente.

Encontré lo que buscaba con dificultad, torpemente, Las distancias me parecen ahora más cortas, con cinco años llegar a la Casa de Cultura era una aventura, pero resulta estar apenas a veinte metros de mi casa. Llegué; casi no recordaba la fachada, tan modesta, y mi hijo, riéndose, sentenció que debimos ser pobres, celebrando que hayamos progresado. Por desgracia el mapa virtual se queda corto, no puedo acceder a la parcela que se encuentra a espaldas de la casita, así que probé a mirar desde una calle lateral, como quien se asoma de puntillas en una valla. Allí estaba el colegio de parvulitos y, entre éste y mi casa, la pista, la zona del recreo. En ella igual jugábamos al fútbol que hacíamos gimnasia, a veces hasta poníamos una red de tenis o de badmington. Era nuestro modesto polideportivo.

No queda nada, no queda nadie. Han demolido el colegio entero, aquellas aulas donde el calor nacía de estufas de carbón y el mobiliario se ceñia a una pizarra y una foto del rey. En su lugar hay un solar asfaltado feo y desabrido, sin árbol alguno que pueda aliviar del sol manchego a cuatro tristes bancos. Quién lo hubiera pensado, Ia realidad que era sólida e inmutable hace cuarenta años se escapa como el agua entre los dedos en apenas unas décadas, un suspiro. Como todo lo que sólo es importante para mí, desaparecerá  cuando ni siquiera yo lo recuerde.

Sólo permanece la casa. Convendría que la enjalbegaran; que cambiaran las persianas, son las mismas que se abrían con dificutad entonces; ¿habrá niños dentro? No fui capaz de despedirme de un portazo, cerrando la aplicación sin más y me alejé siguiendo con mi paseo electrónico. Sigue en pie la cooperativa con sus enormes tanques, a su paso todavía huele al vino fermentando de septiembre, a la amapola silvestre que nacía al pie del cemento y a la piel de la naranja sobre la estufa de la clase cuando, a eso de media mañana, mi madre nos daba permiso para desayunar.

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