19/6/09

Mil gin tonics


"Beber es transformar la materia en alegría."
- Nikos Kazanzakis -


Puedo recordar mil gintonics: el de la terraza dura que escupe calor en la capital, el de garrafón en la discoteca oscura, el que desatasca la comida copiosa en un restaurante y sirve de pretexto para la sobremesa, el cortito de casa después de un día duro para "relajarse", o mi favorito, el de la noche de verano al borde del mar, el que relaja los músculos y apaga el calor del día de sol en la piel mezclándose con la primera brisa yodada de la noche.

En un mundo, el de los destilados, que cada pocos años tiene un favorito diferente, olvidados el coñac y el armañac -vistos casi como bebida de ancianos- el whisky, el ron, el vodka y la ginebra se disputan las sobremesas. En España en los últimos dos años el ganador de largo es el gintonic, la mezcla que nació a finales del siglo XIX en Inglaterra como una medicina que mezclaba ginebra y quinina con un poco de limón para luchar contra las enfermedades tropicales –malaria y paludismo.

Como consecuencia los dos últimos años la oferta se ha multiplicado por diez. Como si fuera el último fichaje de Florentino, cada nueva incorporación se celebra con albricias y se van sucediendo los nombres en la dinastía. Por orden cronológico en el número uno hemos visto pasar a la Bombay Sapphire -ya demodé- Citadelle, Hendrick's, Tanqueray Ten y la última vencedora, Junipero . Ni se os ocurra si queréis que tener cierta reputación decir que bebéis Larios o Beefeater, válidas para poco más que limpiar las barras de los bares si atendemos a las exigencias del gourmet-2009. A los locales más in de Madrid no debe faltarles una carta de ginebras aunque, paradójicamente, no puedan poner encima de la mesa más allá de dos coñacs medios. Basta pasearse por el Vinópolis de Londres cercano al mercado de Borough y fijarse en las más de treinta marcas que ofrece, para suponer que el fenómeno durará todavía unos cuantos años.

Yo me declaro absolutamente sobrepasado por la oferta, si bien es cierto que podría –con dificultad- distinguirlas a temperatura ambiente y ligeramente mezcladas con agua, soy absolutamente incapaz de distinguir las mejores cuando andan servidas a cero grados Kelvin –exceptuando algún melonar que anda suelto. Porque recordemos que por cada parte de ginegra se sirven cuatro de un brebaje llamado tónica no precisamente ligero de sabor. Mi favorita es la Schweppes, me encanta su postgusto amargo, aunque le reconozco a la Fever Tree su naturaleza poco intrusiva, ligera. Independientemente de que la mezcla sea mejor o peor, no tengo claro que con esta última la bebida se deba llamar gintonic, por la escasísima presencia del amargor, esencia de este cocktail.

Cuando la ginebra tiene una cierta calidad, lo que de verdad marca la diferencia, creo yo, es el frío; los hielos gordos y sólidos, las bebidas a punto de congelación, un ambiente gélido en el que el hielo no se convierte en agua. Es una bebida hecha para refrescar y la combinación de especias, amargor y frío causan una sensación de alivio, a la que sigue otra dulzona que pide un nuevo trago.

Llegados a este punto uno sólo puede estropear la bebida con un chorro de limón, la idea en sí no es mala porque la acidez podría aumentar la sensación de frescor. El problema es que además, como si fuera un cuchillo, acaba con la efervescencia de la tónica; es por esto recomendable -si se desea aromatizar con cítrico- extraer la esencia de la piel del limón retorciéndolo con unas pinzas como si exprimiéramos un tirabuzón. Si os fijáis, las gotas que caen son pura grasa y no se mezclan con la bebida, flotan, no agreden a la mezcla y por tanto aportan únicamente aroma.

Lo cierto es que yo no le pido un triple salto mortal, no me parece una bebida compleja o al menos no soy capaz de percibirla, si quiero mil sensaciones lo que elijo es un dedo de Hennessy XO. Sólo le pido que refresque mi gaznate y calme mi alma. Que no es poco.

Imagen que ilustra: I need a mercury transfusion de Bluehipster

10/6/09

Otoño 2009


Agorero decían. Lo fácil era decir que sí, que no pasaba nada por más que los síntomas anduvieran presentes. El cáncer ya iba manifestando sus síntomas, un poco de sangre por aquí, unos dolores allá, nada demasiado evidente hace dos años para los ciegos.

Pero recordemos la situación en otoño del 2007: las constructoras habían saturado el mercado y empezaban a ver ciertos problemas en sus ritmos de venta, las empresas del resto de los sectores barruntaban que algo pasaba y miraban con desconfianza sus gastos; el gobierno socialista apuntaló la situación a la espera de las elecciones en marzo del 2008. Se meaba rojo pero se miraba para arriba.

Y era más bien en ese tumor debajo de la piel donde estaba el pus. Decían que nosotros no teníamos hipotecas subprime, que eso era cosa de los americanos. Pero no era cierto. Es un problema tan sencillo que lo entendería cualquiera: el sistema financiero español ha prestado miles de millones de euros para comprar casas y es un dinero que no va a recuperar y que hay que reconocer en las cuentas de resultados. Mientras no se reconozca esa gran mentira, la economía española andará estancada. Porque sin la posibilidad de ofrecer créditos, los bancos no son una turbina sino un ancla. La enfermedad está en el sistema financiero.

Con una deflación ya evidente -hasta un tonto lo vería ahora mismo- y la degradación del único tejido industrial del que disponíamos -la construcción-, el ocio es el primer afectado, el que más. Como ciegos moviéndose por instinto los cocineros buscan soluciones: gastrobares, menús para la crisis. Buscan a los hoteles como el mecenas que les puede salvar de la crisis: craso error a poco que se mire con un poco de espíritu crítico lo que ha sucedido en Madrid el último año. La realidad es que la restauración es apenas una barquichuela a merced del temporal. Ni siquiera los mejores estarán a salvo, no hay cinco restaurantes de la gama alta en la capital que puedan dormir tranquilos. Nadie puede fiarse porque las modas cambian.

Pero nos queda el gran abismo, que será sin duda el otoño del 2009. El consumo caerá bajo mínimos y la deflación se hará dolorosamente evidente; los que fueron empleados de la construcción -centenas de miles- dejarán de cobrar de nuestro frágil sistema social y el consumo reflejará la realidad porque el gobierno se ha quedado sin mecanismos de defensa. De los restaurantes que sobrepasen los 80 euros por persona sólo quedarán los mejores, aquellos capaces de convencer a la clase media-alta -la única que mantendrá cierto estatus- de que salir un viernes por la noche merece la pena más que comprar ropa o salir de fin de semana. Se dice que la gente se vuelve más conservadora en tiempos de crisis pero no se explica el porqué y es bien sencillo: no hay tantas posibilidades de repetir, hay pocos tiros y si se sale una vez al mes, no se quiere fallar.

¿La solución? Que nos toque la primitiva y América nos salve -muy improbable- o que nuestro sistema financiero reconozca y absorba su situación. Esto último supondría hacer las cosas bien, una revolución desde demasiados puntos de vista, valentía por parte de nuestra clase dirigente y de las instituciones. Mientras no lo hagamos veremos caer poco a poco nuestro sistema productivo como un dominó, como una lluvia fina. Orbaya realidad.

Cuadro que ilustra: Car in rain, de Clifford Elglin

3/6/09

El tendido del 7

En los preliminares a la corrida, la gente abarrota los bares de los alrededores y de la propia plaza. Cerveza a raudales para calmar el calor y más de un gin tonic de ínfima calidad por el que hay que luchar a brazo partido; huele a marisco con amoníaco en los alrededores de Los Timbales. Hace demasiado calor para estar ni un minuto antes de que empiece el paseíllo así que la gente araña hasta el último segundo para entrar en la plaza, almohadilla en mano. El tendido del 7 nació en los años 50 y es una leyenda en Las Ventas, odiado y respetado a partes iguales, ha sido tradicionalmente el contrapunto al buenismo que, quizá, el resto de la plaza practica.

El 7: Esto es chope

El primero sale a la plaza y blandea al tercer capotazo, "!Chope, que esto es chope¡" le increpa el más pintoresco del tendido al ganadero. El individuo mantiene la atención de sus vecinos de sitio, del tendido, se le oye por toda la plaza y mantiene una tensión con el resto del público jaleada entre insultos. Aprovecha los lances en los que no hay apenas un rumor en el ambiente, dejándose la laringe, para expresar sus opiniones, siempre negativas. Tanto da que abajo se estén jugando la vida, lo único importante es que se le escuche, que se le oiga estar en desacuerdo, encantado de ser el centro de atención busca la confrontación. Cinco metros más allá le increpa con dureza una señora: "eres un cáncer para esta plaza", él sonríe y con chulería le responde "A ver si la culpa va a ser mía, dice", mientras jalea los naturales del maestro con un "miau" irónico, para que a todo el mundo le quede claro que el bicho de 600 kilos es un gatito.

El 7: ¡Acércate más, que estás toreando por internet!

Tras un par de buenas tandas en el segundo, la plaza aplaude. Se ríe y grita con rabia "Podéis aplaudir, podéis aplaudir", él es Antoñete, Ordóñez y Esplá, la esencia del toreo. Sabe lo que está bien y lo que está mal aunque salvo raras excepciones está todo mal. Se desgañita cuando desde la plaza le sonríen antes de empezar la faena, se la toma como algo personal –no podía ser menos, que para él este sí es un juego de vida o muerte- y la toma con el chaval "¡Cómplice, eres un cómplice!". No hay la menor esperanza de que disculpe al torero ante la ausencia de bravío en el animal, mezcla las churras, las merinas y gorrinos duroc. Es más, si en algún momento hubiera una oportunidad de que se ligaran tres pases, una posibilidad de disfrutar mínimamente, ahí está él para evitarlo, boicoteando los silencios y el respeto de la plaza.

Unos pocos: Eres un cáncer para esta plaza

¡Que noooooo! Es el grito favorito del líder del 7, dejando claro que él lo haría de otra manera, de la buena. En el tercero, el sol a punto de ponerse, se monta un buen guirigay, algunos chavales jóvenes le echan en cara que su comportamiento no es el mismo con el ganado de Victorino Martín, vecino en San Agustín de Guadalix de los miembros más beligerantes de esta intifada taurina. Cosas de la amistad, quizá del interés, al menda le parece que los toros de San Agustín mansean menos, blandean menos. Pero este no es del hierro que le gusta y, vociferante, entendido y exigente, se ofrece a bajar y torearlo él mismo. "El toro no vale, aún si bajara yo…", ante la media sonrisa de algunos de sus vecinos. Creo que más de uno le regalaría el capote con tal de verlo cantinflear en la plaza. Mientras matan al sexto, con el torero jugándose el bigote atruena un "Muy maaaaaaal", su clásico, su favorito. Se oyen sucesivamente abucheos al toro, al torero, al ganadero, a los periodistas y al presidente, el andoba jura que no va a volver a pisar la plaza en los restos y se despide hasta mañana.

A mí según avanza la faena me va cambiando la expresión, desde la sonrisa inicial por esa ligera gracia castiza y grosera que desprenden algunos comentarios, hasta un rictus de molestia; no hay quien disfrute a su lado. El tipo no viene más que a reventar lo que tercie, a montar su bombero-torero particular, representa un esperpento valleinclanesco que dejó de ser una crítica razonada y respetuosa hace demasiado tiempo. Lo que en su momento fue sentido del humor se ha recortado, como los pitones de un ejemplar de mala ganadería, y se ha quedado en rabia y mala leche. En bajeza.

Tan cegado en su locura fanática, que está convencido de que sin él no existiría la plaza de las Ventas.

Tan enfangado en su ego que piensa que sin él no habría gastronomía en España.

Cuarto que ilustra: Muerte de un picador de Francisco de Goya